Electroma / Two-lane Blacktop
Inflames
Cuando vi Electroma (Thomas Bangalter, Guy-Manuel De Homem-Christo, 2006) por primera vez y específicamente su final, con uno de los protagonistas ardiendo físicamente al ralentí mientras atravesaba la pantalla trazando un semicírculo descendente de izquierda a derecha, vino a su encuentro en mi cabeza la desintegración física, también por combustión y en slow motion, del mismo celuloide de la emblemática road movie dirigida por Monte Hellman, Carretera asfaltada en dos direcciones (Two-lane Blacktop, 1971). La inflamación repentina de sus últimos fotogramas suponía también la consumición en la imagen de ‘el conductor’, el joven coprotagonista que hasta ese momento, y junto a su partenaire, ‘el mecánico’, había adoptado como estilo de vida la búsqueda de competidores a los que retar al volante sobre las cuatro ruedas de su Chevy 150.
El origen de esta asociación fue así de simple: el filme de Hellman salió al encuentro del único largometraje de los Daft Punk y esa imagen mental es lo que traté de llevar posteriormente a la línea de tiempo en un programa de edición de vídeo. Así las dos secuencias podrían tener un encuentro real, material, y acompañarse en su propia desmaterialización, albergando simultáneamente la posibilidad de un nuevo relato, quizás en algún enclave de la ruta 66, o en algún punto del estado de California, única localización coincidente. Se trataría de un cruce silencioso, tal y como se había producido en mi cerebro —de ahí la supresión del I Want to Be Alone (también conocida como Dialogue) de Jackson C. Frank que suena en la escena de clausura de Electroma; el final de Carretera… ya prescindía de audio y el avance de fotogramas quedaba suspendido antes de arder—. La intención de acompañamiento que yo pretendía, provocando el roce de una escena junto a la otra, implicaba una segunda manipulación: aminorar más la secuencia ya enlentecida de Hellman, dilatar sus 35” hasta hacerlos coincidir con los 3’05” que duraba el fragmento de Electroma.
Reflexionando después, el vínculo entre ambos filmes no parecía tan azaroso y, en realidad, podría resultar más que justificado. Las dos pertenecen al subgénero del viaje por antonomasia, la road movie, en su definición de un periplo físico concreto y en su calado existencialista. Ambas optan por una puesta en escena minimalista y están coprotagonizadas por un par de amigos lacónicos que no intercambian demasiados diálogos (en el caso de Electroma, recuérdese que era un filme mudo —que no silente— protagonizado por Hero Robot No. 1 y Hero Robot No. 2, que arrancan la película a bordo de un Ferrari 412 con matrícula CALIFORNIA HUMAN). La recepción de las dos en el momento de su estreno generó opiniones encontradas y, sin embargo, con el paso de los años han ascendido al podio de las películas de culto, cada una con una intensa y sorprendente huella musical. Considerando este apartado, cabe señalar que aunque procedieran de los escenarios y de los conciertos, Thomas Bangalter y Guy-Manuel De Homem-Christo dejaron de lado el sobrenombre de Daft Punk y la tentación de incluir algún tema propio en la banda de sonido. Las nueve canciones que escuchamos en Electroma son composiciones ajenas (Brian Eno, Jackson C. Frank, clásicos como Chopin o Haydn…). En la banda sonora de Carretera asfaltada en dos direcciones, con temas de The Doors, Chuck Berry, Arlo Guthrie o Kris Kristofferson, no se cuela tampoco ninguna muestra de la obra musical de sus protagonistas, el cantautor James Taylor y el malogrado batería de The Beach Boys Dennis Wilson.
Finalmente, el encuentro de ambas secuencias se haría posible gracias a un sencillo dispositivo de pantalla partida. Era la primera vez que montaba un videoensayo, mi primer Exposed Cinema. En realidad, la primera vez que montaba. La chispa que había prendido en mi cabeza reunía esos dos fragmentos ígneos y, de pronto, era como si el robot dorado de Electroma, tras asistir al suicidio de su compañero y prenderse fuego a sí mismo —recurriendo a la energía solar filtrada a través de un pedazo de cristal de su resquebrajado casco—, lograra como última gesta hacer arder el acetato de celulosa sobre el que se había impresionado Carretera… Así también podían pensarse las imágenes. Este experimento y juego, que había consistido en frotar dos bloques independientes, lograba recontextualizarlos para ponerlos en relación como filmes de carretera y como narraciones de una particular odisea cuyos personajes a la deriva se mantienen apuntando su paso y su mirada a la línea del horizonte (uno a pie, el otro al volante). El the end les pilla en tal andadura, en mitad de la acción, en pleno movimiento y será la luz sobreexpuesta —bien del sol, bien de una bombilla de proyector— el motivo de su extinción. Cenizas y fundido a negro.
© Covadonga G. Lahera (vídeo-ensayo: julio 2009, texto: septiembre 2014)
Vídeo-ensayo publicado originariamente en Transit: Cine y otros desvíos (julio, 2009). La nueva versión del texto que lo acompaña se publicó por vez primera en inglés en la web de The Audiovisual Essay, traducido y editado por Catherine Grant, directora de dicho espacio. Publicamos ahora la versión original en castellano del mismo.