El recuerdo en ‘The Grandmaster y ‘La gran belleza’

 Aquellos ojos verdes

 

Gong Er: “Cada gran época presenta una opción: ir hacia adelante o quedarse atrás.

Prefiero quedarme atrás, en los tiempos más felices de mi vida”.

Ramona: “¿Qué tenéis en contra de la nostalgia, eh?”. Jep: “Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro”.

Si bien las escurridizas tramas de Wong Kar-wai alcanzaron una precisa nitidez en Deseando amar (Fa yeung nin wa, 2000), el cine del director de Shanghái siempre ha preferido el rodeo a la concreción, la ensoñación al realismo, la atmósfera al guión. Incluso podría considerarse que el mayor placer de películas como Chungking Express (Chung Hing sam lam, 1994), Fallen Angels (Duo luo tian shi, 1995) o 2046 (2004) se encuentra, precisamente, en esa imposibilidad de cerrar una historia, que no deja de ser una promesa imaginada por el espectador antes que una realidad plausible. No es extraño, pues, que el amor platónico sea omnipresente en la obra de Wong como un bello recuerdo al que agarrarse, como una imagen de melancolía inagotable en la que los personajes se recrean una y otra vez, como lo hacen unos relatos condenados a plegarse sobre sí mismos. ¿O es que cabe recordar que una de las pocas relaciones estables que aparecen en su filmografía (la de la pareja gay que viaja a Argentina en Happy Together —Chun gwong cha sit, 1997—) termina en un incuestionable fracaso? Uno de los dos protagonistas de ese filme recae, como si de una enfermedad incurable se tratase, en el amor idealizado hacia otro hombre que nunca le corresponderá. the_Grandmaster_500En The Grandmaster (Chun gwong cha sit, 2013), el atípico acercamiento poético de Wong a las artes marciales de su país durante la primera mitad del siglo XX, el enamoramiento emergerá en un combate en forma de seducción entre Ip Man (Tony Leung) y Gong Er (Zhang Yiyi). Como si de un baile coreografiado se tratase, sendos combatientes de kung-fu se acercarán y se alejarán en una pista improvisada hasta que las miradas de ambos se crucen en un instante literalmente suspendido. La Historia (la Guerra Civil china y la invasión japonesa durante las décadas de los treinta y cuarenta) será esta vez la que imposibilite un romance, que ya no podrá concretarse cuando Leung y Yiyi se reencuentren años después. Solo les quedará la evocación. En La gran belleza (La grande bellezza, 2013), la aparente actualización por parte de Paolo Sorrentino de La dolce vita de Federico Fellini (1960), Jep Gambardella (Toni Servillo) será un observador que persigue la ingenuidad y lo sublime en una Roma decadente, donde lo bello se ha visto solapado por las imágenes grotescas, banales y extravagantes del presente. El recorrido del personaje acabará por constatar que su eterna frustración nace también de un enamoramiento insatisfecho, de un recuerdo idealizado al que Gambardella no deja de volver para constatar el vacío de su existencia. Como en Wong, la búsqueda del tiempo perdido del personaje de Sorrentino se remontará a un instante en que dos miradas se cruzan; las de los jóvenes Jep y Elisa en el acantilado de una isla italiana. Grandmaster-Gran-bellezaEsta irresistible atracción por la memoria, por un tiempo pasado que se superpone al tiempo presente de los personajes, permite el encuentro entre dos películas de formas considerablemente distintas. Por una vez, un personaje del cineasta italiano se ve sumido en una melancolía equiparable a la de los enamorados del universo de Wong y ello parece concordar incluso con la propia estructura de La gran belleza, que al igual que The Grandmaster está conformada por un conjunto de secuencias independientes deslumbrantes, cuyo disfrute para el espectador queda al margen de la linealidad narrativa. Tanto es así que uno podría imaginar ambas películas montadas en otro orden (1) y ello apenas afectaría a dos relatos que nunca van a poder concluir porque cuando sus protagonistas miran hacia adelante no pueden dejar de hacerlo hacia atrás. Ya sea a través de un objeto (un botón, que resulta tan evocador como las latas de piña de Chungking Express) o de un paisaje (el mar, que emerge en el techo de una habitación por la fuerza del recuerdo), Ip Man, Gong Er y Jep Gambardella parecen destinados a fantasear con lo que pudo ser y no fue durante el resto de sus vidas. Como le ocurría a Nat King Cole con aquellos ojos verdes que nunca besó.

separador (1) En el caso de The Grandmaster existen, de hecho, tres montajes distintos de la película (el chino, el europeo y el estadounidense) en los que no solo varía el metraje, sino también el orden en que Wong sitúa determinadas secuencias. Para más información al respecto, recomiendo este artículo comparativo de Carlos F. Heredero.   © Carles Matamoros, enero 2014