El perdido

Cuerpos en fuga (I) *

“Este es un atardecer delicioso, cuando todo el cuerpo es un solo sentido y absorbe deleite por todos los poros. Voy y vengo con una extraña libertad por la Naturaleza, siendo parte de ella misma.” Henry D. Thoreau, Walden, la vida en los bosques

 

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Este texto está escrito desde la urgencia. Escribir rápido el fulgor que persiste después de haber visto una película esta misma noche (1); tratar de contagiar la fascinación al público para que acuda a verla, antes de que dejen de proyectar El perdido (El perdut, Christophe Farnarier, 2016). El único lugar posible en el que verla es en la sala de cine, pues la propuesta del cineasta francés solo puede ser gozada debidamente en este espacio.

Desde su nacimiento, si es que este nace y no es más que otro resultado de una metamorfosis que se remonta siglos atrás cuando los primeros hombres trazaron la vida en las paredes de una cueva, el cine se fascina con la figura de un cuerpo en movimiento. Los cineastas lo filman, escriben acerca de su imagen. Le sucede, por ejemplo, a Jean Epstein en las primeras décadas del siglo XX: «Mirad pues, un hombre que camina, este hombre cualquiera, uno que pasa: la realidad de todos los días cargada de la eternidad del arte.» (2) Dejando a un lado la sustancia narrativa del filme, El perdido se cuestiona en cada plano cómo figurar un cuerpo, cómo plasmar plásticamente su dinamismo vital.

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Andar es para el protagonista una búsqueda y un renacimiento. Un hombre solo (3) se interna en la naturaleza, y es precisamente la figuración y fusión de la figura con el paisaje lo que explora Farnarier, que coescribió su filme con los hermanos Daniel y Pablo Remón. Desde las sombras de la noche con las que el cuerpo se funde a negro en una cueva a la cegadora nieve sobre la que se recorta su silueta… Desde la celebración de un cuerpo-luz, cuya piel deviene espejo del agua y los bosques, a su desaparición, engullido por la inmensidad del cielo o de las montañas…

La película está ritmada a través de una serie de fundidos a negro, seguidos de unos segundos de imagen ausente, que sitúan al espectador ante su propia condición como tal en la silente sala de cine. El perdido respira a través de esos momentos en los que abandonamos el bosque y cobramos consciencia de nuestro propio cuerpo repleto de imágenes. Y es así que se nos antoja que nos hallamos no ante una fórmula narrativa, sino poética. En este mundo saturado de imágenes, Christophe Farnarier nos ofrece la oportunidad de detener por un momento su vertiginosa velocidad. Nos hallamos ante un filme contemplativo. Las imágenes duran, y el flujo cromático se alterna con la oscuridad de la pantalla, espejo de la de la propia sala de cine. No mirar sino contemplar. De eso trata también la película, en correlato con el itinerario vital de un hombre que en su andar, tal vez, logre conciliarse con el mundo.

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Cuando se encienden las luces de la sala, regresamos de un silencio poblado de sonidos y de tonalidades procedentes de una naturaleza que tal vez habíamos olvidado, o hemos visto por primera vez. Y pensamos que, en efecto, el cine es un lugar de resistencia, como comentó Farnarier en la presentación de su película; un lugar en el que algunas imágenes se toman su tiempo para que podamos detenernos a descubrir que aún es posible contemplar la belleza del mundo, y de un cuerpo en tránsito.

 

© Cloe Masotta, diciembre de 2016

 

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* Este artículo es el primero de una serie de textos breves alrededor de “cuerpos en fuga”, que publicaremos en las próximas semanas.

(1) La autora vio el film en una sesión especial con el director Christophe Farnarier en los cines Boliche de Barcelona, el pasado 3 de diciembre.
(2) Epstein, Jean, Écrits sur le cinéma I, Ed. Seghers, Paris, 1974. Existen algunas traducciones recientes al castellano de los escritos del cineasta y teórico francés, de muy recomendable lectura: –Buenos días, cine (Epílogo de Daniel Pitarch Fernández y traducción de Manuel Asín Sánchez). Barcelona: Intermedio, 2015. –La Inteligencia de una máquina. Una filosofía del cine (traducción de Pablo Ires). Buenos Aires: Cactus, 2015.
(3) El protagonista de El perdido está magistralmente encarnado, más que interpretado, por Adrià Miserachs, dado que no se trata de un actor profesional, sino de un vecino e íntimo amigo del cineasta, según comentaron el director y el no-actor en la presentación de su película.