El fenómeno ‘Django’

Las muchas vidas de Django

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El estreno de algunas películas trae consigo el resurgimiento del universo sobre las que estas se han creado. El último filme de Quentin Tarantino debería revitalizar, una vez más, el universo de ‘Django’, un fenómeno que engloba tanto las películas oficiales protagonizadas por este personaje como sus secuelas apócrifas —dentro de las que se encuentra esta nueva obra de Tarantino—.

Este fenómeno empezó en 1966 con uno de los mejores spaghetti westerns jamás producidos: Django, dirigido por Sergio Corbucci y con Franco Nero en su primer gran papel como protagonista. Este puede ser un buen momento para volver a revisar la película original y descubrir en ella muchas de las influencias que ha generado en cineastas posteriores. Una gran oportunidad, pues, para volver a disfrutar de un periodo cinematográfico que ha sufrido numerosos altibajos en su recepción por parte de la crítica, pero que, no obstante, merece la pena revisar.

Django-Corbucci

Corbucci rodó su Django en un momento de pleno auge para el subgénero del spaghetti western (también conocido como western all’italiana, italowestern en Alemania o macaroni western en Japón —dos países en los que este subgénero tuvo incluso más éxito que en Italia—), y decidió filmar un western a su manera, desafiando al estilo de Sergio Leone, sustituyendo los paisajes típicos del western por la suciedad y el barro de los filmes de Kurosawa —que también fue una gran influencia para Leone, especialmente con Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954) y Yojimbo (1961)—. El argumento de Django seguía unas líneas muy similares a las de los de westerns previos, pero Corbucci filmó esta película con un estilo personal marcado por la exageración y la violencia incontrolada.

Al contrario que los demás héroes del spaghetti western, el personaje de Django no aparece nunca montado a caballo, sino que se desplaza a pie y carga con un ataúd. Incluso el ‘hombre sin nombre’ al que dio cuerpo Clint Eastwood, pese a que su aspecto era mucho más miserable que el de otros héroes del western, aparecía en pantalla encima de una mula. A Django, en cambio, le vemos ya en los títulos de crédito sin caballo y cargando un féretro: es una de las imágenes más míticas que ha dado el spaghetti western. La escena clímax del filme nos desvela el secreto sobre lo que contiene ese ataúd: durante el duelo que mantiene con el ejército sudista liderado por su gran enemigo, el alcalde Jackson (Eduardo Fajardo), Django saca del féretro una ametralladora con la que masacrará a medio ejército de esos pistoleros encapuchados de rojo que recuerdan al Ku Kux Klan. Por supuesto, esta escena se convertiría en una de las más distintivas de la película: por su enorme violencia, por cómo convierte la calle en la que se produce el duelo en un auténtico barrizal, en una pocilga; y por la increíble solución que Django se saca de la chistera (o, más bien, del ataúd) y que conforma lo que puede ser entendido como el particular humor negro del filme.

Django-Corbucci-Nero

Pero Django no llegó solo y trajo consigo un fenómeno mundial que se ha extendido hasta nuestros días. El éxito de este western particularmente violento y sucio provocó una serie de secuelas mayormente apócrifas que repetían el nombre de ‘Django’ en sus títulos, incluso cuando no existía ningún personaje llamado así. Muchas de estas películas cambiaron su nombre para el mercado internacional, ya que los distribuidores quisieron aprovechar el éxito comercial que este personaje —considerado el padre de los pistoleros del spaghetti western— había tenido internacionalmente. De hecho, Django fue uno de los primeros en su especie, no solo con respecto a sus más o menos apócrifos tocayos, sino también porque allanó el camino para que aparecieran muchos personajes que se ajustaban a sus mismas características originales: atuendo oscuro, artilugios letales y estrafalarios, mirada lúgubre, y cierto humor negro. Aquí es donde Django desbancó al ‘hombre sin nombre’ de Clint Eastwood, convirtiéndose en el primer ejemplo de lo que después pasó a ser un olimpo de bounty killers fácilmente reconocibles. Después de Django, aparecieron personajes como Sartana y Sabata (ambos creados por Gianfranco Parolini), cuyo éxito volvió a provocar una serie de secuelas y de películas en las que los héroes de diferentes filmes se juntaban para luchar entre ellos o contra un enemigo común. Fue un tiempo en el que el mercado cinematográfico parecía no tener nunca suficiente.

Esta exploitation del cine de género ocurrió en los veinte años dorados del mercado cinematográfico italiano, que empezó antes y acabó después del periodo oficial del spaghetti western —que comenzaría con el primer capítulo de la “Trilogía del dólar” de Sergio Leone, Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964), y terminaría con Keoma (1976), de Enzo G. Castellari—. En este periodo, aparte de los spaghetti westerns, en Italia también se produjeron rentables películas de época, especialmente de romanos, o los giallo de Dario Argento y de Mario Bava, que han sido internacionalmente reconocidos por los amantes de filmes de serie B. En ocasiones puede que estas películas de género sobrepasasen en importancia a las de los más aclamados autores del cine italiano. Por poner un par de ejemplos: Pier Paolo Pasolini solía contar que, durante uno de sus viajes a Yemen, donde rodó sus Mil y una noches (Il fiore delle mille e una notte, 1974), los niños que encontraba en la calle, al saber que era italiano, le llamaban Django. La relación de Pasolini con el western no se acaba aquí, ya que años antes había actuado en el spaghetti western social Requiescant (1967) de Carlo Lizzani.

La nueva película de Tarantino debería fomentar el interés de las nuevas generaciones por saber más sobre la que fue la mejor época del subgénero del spaghetti western. Este es el caso de la 26ª edición del Leeds International Film Festival, donde los espectadores tuvimos la oportunidad de ver dos películas del fenómeno ‘Django’: tanto la original de 1966 como una de las mejores secuelas apócrifas, Django Kill! (cuyo título original era Se sei vivo spara y que en España se estrenó bajo el título de Oro maldito). Esta última película, rodada en 1967, fue dirigida por Giulio Questi, un director italiano que no estaba interesado en realizar westerns. Sin embargo, aprovechó la oportunidad de filmar esta película siguiendo el mismo estilo que ya habían prefigurado otros spaghetti westerns y, además, vertió sobre él su propia visión del mundo. El resultado es una filme en el que los sentimientos reprimidos de los personajes (principalmente represión sexual, a veces homosexual e, incluso, pedofílica —algo que nos recuerda a Muerte en Venecia de Luchino Visconti [1971]—), se manifiesta y se traduce en violencia, repitiendo los baños de sangre característicos del Django de Corbucci o El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) de Sergio Leone. Aunque tiene la reputación de ser uno de los westerns italianos más violentos, la importancia de la película se debe sobre todo al hecho de que es un experimento único en su género, un western que lleva a un nivel más alto la misma violencia explícita que ya marcaba la diferencia entre el western italiano y el americano. Una violencia que no es tratada tan solo a partir de su explotación visible, sino que también es una representación de la angustia humana —algo que Questi siguió desarrollando en sus demás películas—.

Django Kill

Por todo ello, aunque Django Kill! forma parte del fenómeno ‘Django’, su originalidad la hace única y le ha reportado un estatus que, sin duda, merece. Ahora bien, si lo que queremos es hablar de las películas que más se acercan al filme de Corbucci, tendríamos que nombrar los dos filmes que son más fieles al personaje original: Preparati la bara! (estrenada fuera de Italia bajo los nombres Django Get a Coffin Ready, Viva Django, Django Sees Red o, en España, El clan de los ahorcados, 1968) y Django il bastardo (1969).

La primera, dirigida por Ferdinando Baldi, iba a ser al principio otra película oficial de Django con Franco Nero encarnando, de nuevo, al más famoso de sus personajes. Pero Nero no estaba disponible en ese momento, ya que estaba embarcado en otro proyecto. Por esta razón, los productores decidieron sustituirle por un actor con una apariencia similar, Terence Hill, quien se haría famoso por la bella trilogía dirigida por Giuseppe Colizzi —Dios perdona… ¡Yo no! (Dio perdona… Io no!, 1967), I quattro dell’Ave Maria (1968) y La colina de las botas (La collina degli stivali, 1969)—, además de convertirse en el personaje más icónico de westerns cómicos como Le llamaban Trinidad (Lo chiamavano Trinità, Enzo Barboni, 1970) o Mi nombre es Ninguno (Il mio nome è Nessuno, Tonino Valerii, 1973). Este cambio del actor principal apartó a la película del canon oficial de ‘Django’, pero es, sin lugar a dudas, la más cercana al original (básicamente una precuela de Django con todos sus elementos más característicos: un atuendo idéntico, un ataúd que contiene una ametralladora, un argumento construido sobre la venganza, y el duelo final en el cementerio).

Preparati-Bara

Django il bastardo, dirigida por Sergio Garrone y con Anthony Steffen en el papel principal, cae en el saco de los Django no oficiales. Lo que hace que esta película sea importante es su modo de retomar los rasgos característicos del Django original sin convertirse en una mera copia. Además, este Django (de nuevo un antiguo soldado de la guerra civil ataviado con un sucio uniforme) es todavía más fantasmal que el original, aparece y desaparece constantemente (siempre sin caballo) frente a sus enemigos, y antes de matarlos, se enfrenta a ellos mostrándoles una lápida de madera que lleva escritos sus nombres.

La influencia de Django en películas posteriores, westerns o no, podría ser infinita, pero probablemente merece la pena mencionar la película con la que concluyó el periodo del spaghetti western: Keoma de Enzo G. Castellari. El protagonista de este filme tal vez no se parezca mucho a Django, pero la atmósfera surreal y enfermiza de la película recupera bastante bien el espíritu original de Django diez años después de que apareciera por primera vez (en parte gracias al hecho de que Keoma es interpretado por el mismísimo Franco Nero).

Siguiendo con la influencia del fenómeno Django, Takashi Miike hizo su propia contribución a las secuelas de este filme con Sukiyaki Western Django (2007), devolviendo al personaje a la fuente de inspiración de la que procede: Japón. De hecho, los sukiyaki son un tipo de fideos japoneses y, por lo tanto, el título de la película es una clara alusión al spaghetti western italiano. Este filme fue la última incursión en el terreno de las secuelas/homenajes a Django antes del Django desencadenado (Django Unchained, 2012) de Quentin Tarantino. El propio Tarantino interpretó a un personaje secundario en la película de Miike, tan solo cinco años antes de que se embarcarse, él también, en su propia aventura con Django.

El sentido de esta nueva película, concebida como una renovación del fenómeno Django, es el de contribuir a esta serie de culto con otra secuela apócrifa. En esta serie de revivals que ha dado de sí el fenómeno ‘Django’ —con una explotación consciente de las características más lúdicas de un subgénero, tales como la violencia incontrolada, la exageración y la sexploitation—, Tarantino se sentirá como pez en el agua. Sin embargo, existe el riesgo de que el particular encanto de los spaghetti westerns italianos pierda su fuerza en favor del estilo tan típicamente americano de Tarantino. Por decirlo de otra manera: este nuevo filme no debería ser visto como algo aislado, sino en relación al Django original de 1966 y a sus secuelas más fieles. Solo así rendiremos a este fenómeno el homenaje que se merece.

La violencia explícita y desagradable de Django es, en realidad, una clara influencia para Tarantino. Mucho antes de Reservoir Dogs (1992), Django mostró, en una de sus escenas más memorables, cómo el general mexicano Hugo Rodríguez le cortaba la oreja a un cura americano (que trabajaba como espía para el alcalde Jackson) y, después, le obligaba a comérsela. Esta imagen, que se ha repetido miles de veces a lo largo de los años, probablemente se adelantó a su tiempo —demasiado violenta para los espectadores de 1966—. Según Corbucci, en las primeras proyecciones de la película la gente gritaba cuando llegaba esa escena y, tras el pase, no se hablaba de otra cosa. Incluso a Burt Reynolds, que visitó el set de rodaje de Django el día en que filmaron esa escena, le causó un gran impacto. Corbucci le respondió: “Así es el western italiano, hecho de exageraciones. Pero lo que acabas de ver aquí es una escena que todo el mundo recordará.”

Hay otros elementos del Django original —aunque no se hicieran tan famosos como la escena del corte de la oreja— que plantaron la semilla y dejaron su influencia en directores que buscaban inspiración en las películas de exploitation. Por ejemplo, la escena en la que los bandidos mexicanos destrozan las manos de Django al pasar con sus caballos por encima de él (de hecho, esta era la primera idea a partir de la cual se construyó toda la película): otro momento de sádico placer cinematográfico que, en los años siguientes, volvería una y otra vez a las pantallas.

El impacto más positivo que la película de Tarantino puede tener en el fenómeno ‘Django’ es el de provocar un nuevo revival crítico de estos filmes. Los seguidores (y no seguidores) de Tarantino deberían echar la vista atrás, hacia las películas de Django de los años sesenta, para descubrir una de las épocas más prolíficas para el western. De hecho, el objetivo de este artículo es precisamente el de incitar a los lectores a descubrir qué se esconde tras el nombre de este personaje. Ahora está en vuestras manos el ver estas películas y el sumergiros de lleno en el fascinante fenómeno ‘Django’. Podríamos empezar con la escena de apertura del filme de 1966 y su maravillosa canción —que ensalza esos elementos pop que se volverían tan famosos en el spaghetti western y que, ahora, Tarantino vuelve a utilizar en sus filmes—.

 

© Marco Brunello y Daniel Mourenza, enero 2013
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The Many Lives of Django

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The release of certain films brings along a revival of the culture that stands behind them. The new film by Quentin Tarantino should help to revitalise, one more time, the world of Django – a phenomenon that encompasses both the official Django films and their apocryphal offspring (to which Tarantino’s contribution belongs).

The phenomenon started in 1966, with one of the best Spaghetti Westerns ever made: Django directed by Sergio Corbucci and starring, in his first major role, Franco Nero. This can be an excellent occasion to turn our gaze to the original film in the series, and discover in it the many influences it has engendered in subsequent movies. A great opportunity, thus, to enjoy this cinematic period that seen ups and downs in its critical reception, but nonetheless is always worth looking back on.

Django-Corbucci

At the peak of the Spaghetti Western genre (aka Western all’italiana, italowestern in Germany, or macaroni western in Japan – two countries where the phenomenon was even more popular than in Italy), Corbucci decided to film a Western his way, challenging Sergio Leone’s sand-filled, sun-drenched Westerns. Just like Leone, Corbucci found inspiration in Kurosawa’s The Seven Samurai (Shichinin no samurai, 1954) and Yojimbo (1961). However, Corbucci kept the muddy dirtiness of Kurosawa instead of substituting dry, typical Western landscapes, as Leone did. Django also developed a very similar plot, but with a personal style of exaggeration and uncontrolled violence.

Unlike other heroes of the Spaghetti Western, Django never rides a horse – whereas even Clint Eastwood’s ‘man with no name’, in his overly beggar-like look (compared to previous Western heroes), made his first appearance on-screen riding a mule. Django appears in the opening sequence dragging a coffin with unknown contents. The secret will be revealed in the climactic sequence: a duel between Django and the army of his enemy, Southern Mayor Jackson (Eduardo Fajardo). Django takes out of the coffin a machine gun ,with which he slaughters most of these KKK-inspired, red-hooded shooters. This scene is one of the film’s trademarks – with a great deal of violence, a street full of mud, and the solution that Django takes out of his hat (or rather, his coffin), which can be easily taken as an indication of the film’s style of black humour.

Django-Corbucci-Nero

But Django did not come alone; he brought with him a worldwide cult phenomenon that reaches the present day. The success of this peculiarly violent and dirty Western sparked off a series of (mostly apocryphal) sequels that repeated the name ‘Django’ in their titles, even if there was no character named Django anywhere in them. Most of these Django-titled (but strictly non-related) films appeared after changes in title for releases outside Italy – where distributors decided to capitalise on the successive movies, exploiting the fortune of the forefather of all gunslingers of the italowestern phenomenon. In fact, Django was the first of his kind, not only with regard to his more or less apocryphal namesakes, but also in the sense that he paved the way for similar characters who followed the same, original pattern: dark outfit, quirky and lethal gadgets, gloomy gaze, some black humour. This is where Django brought Eastwood’s ‘man with no name’ to another level, being the first example of what later became an Olympus of bounty killers easy to recognise. After Django, characters such as Sartana and Sabata (both created by Gianfranco Parolini) appeared, and their success led – once again – to several apocryphal sequels or even team-ups, where the various Djangoes, Sartanas, Sabatas, etc., met to fight each other or against a common enemy, since the movie market at that time could not get enough.

This exploitation of the genre happened in the twenty ‘golden age’ years  of the Italian film market, both before and after the Western all’italiana period – beginning with Leone’s first chapter of the dollar trilogy, A Fistful of Dollars (Per un pugno di dollari, 1964), and usually thought to conclude with Keoma (1976) by Enzo G. Castellari. Apart from the Spaghetti Westerns, the Italian companies also produced commercially profitable sword-and-sandal pepla and the giallo films of Dario Argento and Mario Bava, acclaimed worldwide by B movie lovers. Did these genre films at times even surpass the importance of the most recognised auteurs of Italian cinema? Pier Paolo Pasolini once said that, during a trip to Yemen to shoot his Arabian Nights (Il fiore delle mille e una notte, 1974), kids in the streets called him Django after they realised he was Italian. Pasolini had himself starred in the socially committed Spaghetti Western Requiescant (1967) by Carlo Lizzani – giving a further demonstration of how much the italowestern phenomenon is important for the history of Italian cinema.

The new Tarantino film should, above all, awaken interest in young generations to know more about the best epoch of the Spaghetti Western subgenre. This was the case at the 26th Leeds International Film Festival, which gave its audience the chance to see two films from the Django phenomenon: the original 1966 Django film and one of the best apocryphal sequels, Django Kill! (entitled originally Se sei vivo spara – If You Live, Shoot!). This latter film from 1967 was directed by Giulio Questi, an Italian director who was not interested in making Westerns, but took the opportunity to shoot this film – following the profitable style opened up by other Spaghetti Westerns – and furnish it with auteurist features. The result is a film in which the repressed feelings of the characters – mostly sexual repression (sometimes homosexual and even paedophiliac, reminding us of Visconti’s Death in Venice, 1971) – are manifested and translated into violence, repeating the bloodbaths characteristic of Corbucci’s Django and Leone’s The Good, The Bad and the Ugly (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966). Even though deserving its reputation of one of the most violent Italian Westerns ever made, the importance of Django Kill! is due to the fact that it is a unique experiment in its genre, a Western which takes to the next level that same explicit violence which already marked a distinction between the Italian and American Western. Furthermore, this violence is not just visible exploitation, but a depiction of human anguish – something Questi further developed in-depth in his non-Western movies.

Django Kill

Thus, even though Django Kill! may be argued to contribute to the Django phenomenon, it rightfully deserves a status of uniqueness. However, if we are talking about the most proper ‘Django movies’, the two closest to the original are certainly Preparati la bara! (release outside Italy as Django Prepares a Coffin, Get the Coffin Ready, Django Get a Coffin Ready, Viva Django and Django Sees Red, 1968) and Django il bastardo (Django the Bastard, 1969).

The former, directed by Ferdinando Baldi, was meant to be an official Django movie with Franco Nero back in its most famous role. But Nero was not available at the time, since he was shooting another film. For this reason, the producers decided to substitute  a very similar-looking actor, Terence Hill – later known for the fine ‘Colizzi trilogy,’ God Forgives I Don’t (Dio perdona … Io no!, 1967), Ace High (I quattro dell’Ave Maria, 1968) and Boot Hill (La collina degli stivali, 1969), and becoming the most iconic character of ironic Westerns such as They Call Me Trinity (Lo chiamavano Trinità, Enzo Barboni, 1970) and My Name is Nobody (Il mio nome è Nessuno, Tonino Valerii, 1973). This change of main actor moved the film out of the official Django canon, but it is definitely the closest movie to the original: basically a prequel to Django, retaining all its most peculiar elements – an identical dress outfit, a coffin containing a machinegun, a revenge plot, and a final duel in a cemetery.

Preparati-Bara

Django il bastardo, directed by Sergio Garrone and starring Anthony Steffen in the main role, falls instead into the bunch of unofficial Djangoes. What makes this film remarkable is the way it reprises the distinctive features of the original Django without being a lame copy. Furthermore, this Django (again an ex-Civil War soldier in a dusty beggar’s uniform) is even more ghostly than the original, appearing and disappearing (again without a horse) in front of his enemies, whom he faces showing their (wooden) tombstone before killing them.

The influence of Django upon later movies, Western and non-Western alike, may well be endless, but it is worth also mentioning the movie that concluded the Spaghetti Western period: Castellari’s Keoma. The main character may not look very like Django, but the sick and surreal atmosphere of the movie reprises quite well the original Django spirit, more than ten years after his first appearance – thanks also to the fact that Keoma is played by Franco Nero himself.

Still part of the Django phenomenon, Takashi Miike made his own contribution to the Django sequels with Sukiyaki Western Django (2007), taking Django back to the source of inspiration where he (and Leone’s most famous Westerns) came from: Japan. In fact, Sukiyaki is a type of noodle, and thus the title is a direct reference to the Italian Spaghetti Western. This film was the last attempt at a Django sequel/homage before Tarantino’s Django Unchained (2012). Tarantino himself starred in a supporting role in Miike’s film, only five years before he embarked on his own Django adventure.

The meaning of this new film by Tarantino, conceived as an offspring of Django, is to contribute to the cult series with a new, apocryphal sequel. Admittedly, in this revival series that the Django phenomenon has become – with a conscious exploitation of the most playful features of the subgenre, such as unrestrained violence, exaggeration and sexploitation – Tarantino will most certainly feel at home. However, the particular charm of the Italian Spaghetti Westerns may well lose their strength in favour of Tarantino’s very American style. To put in a nutshell, this new film should not be seen alone, but rather alongside the original Django and its most style-faithful sequels – in order that we pay the true homage that this phenomenon is worth.

Django’s explicit – and often disgusting – violence is, in fact, a clear inspiration for Tarantino. Long before Reservoir Dogs (1992), Django showed, in one of its most remembered scenes, how the Mexican general Hugo Rodríguez cuts the ear of an American priest (who acts as a spy for Mayor Jackson) and makes him eat his own ear. This image, repeated thousands of times afterwards, was probably ahead of its time – too violent for the audiences of 1966. According to Corbucci’s statements, in the first cinema screenings of Django, there were people screaming at this scene, and then talking about nothing else afterwards. Even Burt Reynolds was shocked when he visited the Django set on the day they filmed the scene. Corbucci replied: ‘That’s the Italian Western, it’s made with exaggeration; but what you’ve just seen is a scene that everybody will remember.’

Clearly, other elements in the original Django – even if not as popular as this ear-cutting scene – planted the seed for several topoi that clearly influenced much later film directors inspired by exploitation movies. For example, the scene in which the Mexican bandits destroy Django’s hands, stepping on them with horses (in fact, this was the initial idea upon which the entire movie was based) – definitely another moment of cinematic sadistic pleasure – would come again and again to the screen in the years to come.

The most positive impact that Tarantino’s film can have is to give rise to a new (critical) revival of the Django films. Tarantino’s followers and non-followers should take a look back at the 1960s Django movies to discover one of the most prolific periods of the Western genre. The aim of this article is precisely to incite readers to discover what there is behind the name of Django. It is now in your hands to watch and find out more about these films. Let us start with the opening scene of the 1966 Django and its wonderful song – featuring those Pop elements that became so popular in the Spaghetti Western, and are now reprised in Tarantino’s new film.

 

© Marco Brunello y Daniel Mourenza, enero 2013