El extraño caso de Angélica

 

1. Un extraño caso

En la 48ª edición del Festival Internacional de Cine de Gijón, FicXixón, unos cuantos compañeros y yo tuvimos la suerte de poder hablar largo y tendido con el cineasta y escritor francés Eugène Green. Durante esa conversación, que se alargó por más de cuatro horas, dio tiempo a tratar muchos y muy diversos temas, pero hubo una figura especialmente presente a la que se recurría de forma continua: la del centenario director Manoel de Oliveira.

Existe un personaje en la filmografía de Green que siempre me ha parecido especialmente repulsivo: el Innombrable, un cruel profesor de canto que maltrata sistemáticamente a sus alumnos más débiles y que conduce a la muerte a uno de ellos en Le pont des arts (2004). Cuando le pregunté a Green por esta creación, me sorprendió enormemente descubrir de su propia boca que no era tal. Me confesó que el Innombrable existe en realidad y que es un afamado y temido profesor de París por lo que, técnicamente, esta parte de su filme podía considerarse documental.

Quedé realmente atónito ante tal descubrimiento y más descolocado aún cuando Green relacionó este hecho con el de la gestación del último filme de Oliveira, El extraño caso de Angélica (O extranho caso de Angélica, 2010), sobre el que habíamos estado charlando hacía apenas unos minutos: “Con el Innombrable me sucede lo mismo que a Oliveira con el fotógrafo de su última película; a la gente le cuesta mucho creerme cuando le digo que él existe verdaderamente, al igual que nadie cree a Oliveira cuando este dice que vio a una muerta resucitar a través del objetivo de su cámara, igual que el protagonista de su película”.

Llegados a este punto considero imprescindible rescatar uno de los más brillantes ensayos que se hayan escrito jamás sobre la fotografía y los orígenes del cine, el texto “Eadweard Muybridge: fragmentos de un hipercubo” (1), escrito por Hollis Frampton en 1973 y que dice así: “La mayoría de seres humanos, en un momento u otro, vive momentos de pasión intensa durante los cuales la percepción parece estar vívidamente detenida: pienso en el éxtasis erótico o en la cólera y el terror extremos. Podemos certificar que Eadweard Muybridge vivió por lo menos uno de estos momentos de pasión extraordinaria. Me refiero, por supuesto, al episodio de asesinato. Sostengo que este acto breve y banal, fuera del tiempo, fue el tema sobre el cual se vio obligado a componer sus variaciones en tan gran número que al final agotó, para sí mismo, el sentido. Para restablecer el equilibrio, la energía generada en ese instante precisaba el trabajo de media vida”.

No es casual. Son cincuenta años los que ha tardado Manoel de Oliveira (es decir, la mitad de su vida) en sublimar ese momento en que, acudiendo al ejercicio de su función como fotógrafo de difuntos, vio a una joven muerta sonreírle a través de su cámara y el resultado, por supuesto, da buena cuenta de este largo proceso.

 

2. Una extraña imagen

Como muy bien dijo Chris Marker “filmar es hacer memoria” y este hecho, unido a que las imágenes de este último trabajo del director portugués provienen de un lugar doblemente desconocido para el común de los mortales (recordar a los cien años lo que asimilaste a los cincuenta), hace que estas adquieran una especie de inaudita simbología, señales realmente difíciles de descifrar.

Las de El extraño caso de Angélica son imágenes que parecen provenir de un lugar que está efectivamente fuera del tiempo y esto hace que cada una de ellas tenga unos significados que, de tan lejanos, escapan a nuestro conocimiento. Pero, ¿quiere decir esto que se trata de un trabajo críptico o de difícil acceso? De ninguna manera. De hecho, puede considerarse como uno de los filmes más accesibles de Oliveira. Lo que sucede es que uno no puede evitar la sensación de que bajo la realidad aparente de las imágenes que lo componen se oculta algo, un significado secreto que obliga a prestarles especial atención.

Hay en esta película un relato lineal que, dentro de lo fantástico del tema, resulta bastante claro y expositivo en su acercamiento a la doble naturaleza de la fotografía, es decir, su condición de representación física y palpable de un imposible, la detención del tiempo. Es por ello que las fotografías del protagonista se centran a partes iguales tanto en lo físico (los trabajadores que aran el valle) como en lo etéreo (el espíritu de Angélica), pero curiosamente no es aquí donde reside el anteriormente citado misterio de la película sino en su reverso, en esas imágenes aparentemente suplementarias y vacías que se encargan de unir un contenido con otro. Es ahí, en esa suerte de pillow shots olivierianos donde residen algunas de las secuencias más fascinantes y extrañas del filme como, por ejemplo, aquella que se produce en el salón del hostal donde se aloja el protagonista del filme justo después del almuerzo.

Isaac, tras despertarse turbado por la aparición de Angélica en sus sueños, baja a desayunar y se encuentra sentados a la mesa a un grupo de personas que mantienen una conversación sobre temas realmente profundos como la actual crisis económica o las teorías filosóficas de Ortega y Gasset. Tras su llegada, que interrumpe el coloquio de estos personajes, una nueva invitada se une al almuerzo y se retoma entonces el debate, que deriva esta vez hacia el concepto de la antimateria de Rui Cardoso Martins (“Energía, espíritu: Angélica”, murmura Isaac apartado pero atento a los conceptos que se tratan en la charla). Después de esto, el coloquio termina, los invitados se marchan y la anteriormente citada tesis sobre la extraña naturaleza de la fotografía queda expuesta de forma evidente.

Ahora bien, ahí donde lo normal hubiera sido cortar la secuencia para pasar a una nueva, Oliveira decide no hacerlo. La cámara sigue filmando y con el peso de las palabras dichas aún flotando en el aire del salón se produce una maravillosa escena en la que un gato que ha entrado en el salón mira fijamente cómo el pájaro de la señora Justina, la dueña del hostal, revolotea en su jaula mientras fuera, en la calle, se escucha el ladrido de un perro.

El ladrido del perro, que encarna la irreal y patética presencia de la muerte; el pájaro encerrado, como símbolo del poder embalsamador de la fotografía; o las aspiraciones ideales del gato por alcanzar lo inalcanzable son conceptos que podrían acudir inmediatamente a nuestra cabeza, dada la carga ideológica precedente, pero no podemos dejar de lado tampoco el sencillo y claro referente a la cadena alimenticia que hay en este plano y que tendría más que ver con los dibujos animados que con el cine de autor. Un perro es un perro, un gato es un gato y un pájaro, un pájaro. Y esto, a pesar del valor simbólico que queramos atribuirle, siempre ha sido y será así.

Al igual que sucede en la vida real, en El extraño caso de Angélica lo terrenal y lo elevado conviven en un mismo plano y la tarea aquí del director reside no tanto en revelarnos su significado oculto, sino en su capacidad para conjugarlo todo y ponerlo a un mismo nivel. No es en la interpretación de las imágenes donde reside el auténtico valor de las obras más recientes del director de Oporto, sino en la forma en cómo ha conseguido igualarlas todas a pesar de sus evidentes diferencias.

En el cine más reciente de Oliveira lo aparentemente vacío adquiere nuevos sentidos, mientras que lo denso se libera de su carga y es aquí, en esta búsqueda del equilibrio, donde la imagen alcanza una suerte de grado cero en la que todo se encuentra como por arte de magia en el lugar correcto. El hecho de hallarse dentro y a la vez fuera del tiempo hace que este director se encuentre, al igual que la fotografía, en un espacio intermedio desde el que es capaz de hacernos ver lo invisible pero también, y sobre todo, lo visible como nadie lo había hecho antes.

 

(1) Publicado en España dentro del libro Especulaciones. Escritos sobre cine y fotografía, editado por el Museu d’Art Contemporani de Barcelona en 2007. A modo de aclaración para los que no hayan leído el texto completo, al hablar de asesinato Frampton se refiere al momento en que Muybridge asesinó de un disparo al amante de su mujer el 17 de octubre de 1874.