El desierto rojo / Identificación de una mujer

Antonioni en otro lugar

 

“(…) debería contar cómo a menudo

me sucede que me ausento de mí mismo…”

 

 

Hay dos momentos en el cine de Antonioni que se abren a un oasis. Dos escenas liberadoras que permiten que los personajes, cuando se encuentran asfixiados, respiren y escapen a un mundo exterior y fantástico. Una fuga temporal o definitiva al estancamiento en que se encuentran, ellos o la propia película.

El primero tiene lugar en El desierto rojo (Il deserto rosso, 1964); el segundo, en Identificación de una mujer (Identificazione di una donna, 1982). Ambos suceden prácticamente de la misma manera: la voz en off de los protagonistas –Monica Vitti en la primera y Tomas Milian en la segunda– relata a un niño una ensoñación, una historia imaginada.

El cuento que Giuliana (Vitti) narra a su hijo enfermo en El desierto rojo nos lleva hasta una playa en la que una niña solitaria, dueña del paraíso, nada y descansa bajo el sol de un verano perpetuo. Una mañana, un barco vacío asoma en el horizonte. No hay nadie a bordo. Y a continuación, un canto misterioso que parece venir del mar; o quizá de las rocas; todo canta.

Este cuento disuelve por unos minutos la niebla constante y plomiza que atormenta a Giuliana y le impide ver la realidad. Se detiene el sonido de las turbinas que no cesan; el paisaje se define. En este momento, el niño que la escucha es un cómplice para ella, y con la pureza de su mirada infantil, Giuliana encuentra una salida para escapar a la perturbación y al ruido.

La isla es una isla en el desierto. En “este desierto que es mi desierto”, diría Antonioni.

En Identificación de una mujer, el director de cine que protagoniza el film está tan obsesionado con el rostro de esa mujer total que ha imaginado para su película, que es incapaz de seguir adelante. En su habitación, los fragmentos de mujeres reales e imaginarias que cuelgan de las paredes ya no significan nada. Bloqueado, Niccoló abre una puerta para salir de una trama sin solución aparente. Niccoló opta por lo fantástico porque allí todo es posible. Solo “allí retoma las riendas de la película y escribe su guión”, dice Antonioni.

Como en La aventura (L’avventura, 1960), El eclipse (L’eclisse, 1962) o La noche (La notte, 1961), estas fugas son una desaparición; pero donde allí desaparecía un personaje, aquí desaparece un escenario. En El desierto… y en Identificación…, un lugar es reemplazado por otro, a veces irreversible.

En ambas escenas es posible encontrar el rastro de las Montañas Encantadas, la serie de acuarelas que Antonioni realizó mediante un procedimiento de blow up casi autorreferencial, ampliando fotográficamente pequeñas pinturas para revelar una –otra– realidad bajo la realidad de la materia.

Se trata de desenterrar aquello que está oculto en la superficie, hallar otro mundo, otra verdad posible. Es esa dimensión paradisíaca, cósmica, en la que se inscriben estas dos secuencias. Para los personajes o para Antonioni, la isla es una tregua; el espacio exterior, un desenlace.

 

© Andrea Franco, junio 2015