Dos en la carretera / Copia certificada

¿Todas las parejas del mundo? Amor. Tiempo

 

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Dos en la carretera (Two for the Road, Stanley Donen, 1967) y Copia certificada (Copie conforme, Abbas Kiarostami, 2010), cada una con sus códigos y señas de identidad propias, ponen en escena una reflexión mordaz y lúcida sobre las consecuencias del paso del tiempo en una relación de pareja. En ambos casos, esta quedó institucionalizada a través del sacramento del matrimonio años atrás, y el olvido y el desgaste ponen en tela de juicio la vigencia de los sentimientos hasta el punto de amenazar su continuidad.

Stanley Donen, que se había labrado una fama como director de musicales, dirigía a los 42 años una de sus películas más redondas y maduras y en ella dejaba traslucir, además, cierto influjo de la Nouvelle Vague francesa, que había echado a andar hacía menos de una década. En su vigésimo largometraje, Mark (Albert Finney) y Joanna (Audrey Hepburn) llevan casados una década, y tienen una hija, Catherine. La estructura del filme se desarrolla a partir de un montaje bastante picado que alterna diferentes viajes realizados por la pareja en momentos muy diversos de su relación, de modo que van sucediéndose constantes saltos en el tiempo, que hacen del contraste entre estos su sustancia clave: de la indiferencia al enamoramiento y los conflictos conyugales, los instantes de confluencia y satisfacción, los quiebres, las dudas y los malentendidos, las infidelidades y las frustraciones, la posibilidad de la ruptura varias veces al acecho… Al parecer, tanto Donen —que se casó y divorció en cinco ocasiones— como los dos actores principales, Hepburn y Finney, se encontraban en momentos tambaleantes de sus correspondientes amoríos durante el rodaje.

En el caso del filme de un septuagenario Kiarostami, no hay una sucesión numerosa de antes y después o viceversa, sino una estructura en forma de díptico acontecida en un solo día, con un salto o elipsis inesperada y extraña en el medio, pero que, en conjunto, viene a abarcar los quince años que Elle (Juliette Binoche) y James (William Shimell) han permanecido unidos como cónyuges. También ambos tienen un hijo en común. En la realidad, y salvando las distancias, lo autobiográfico aquí bien podría ser lo proyectado por el propio Kiarostami sobre el personaje de Binoche, ya que el iraní se encargó del cuidado de sus hijos tras su divorcio a comienzos de los ochenta.

En ambas ficciones, ellas les reprochan a ellos el hecho de dejarlas solas con la crianza y el hogar mientras el marido centraliza su vida en la cuestión laboral y en los viajes que esta conlleva: Mark es arquitecto; James es un escritor experto en patrimonio cultural. Mientras estos nos llegan como perfiles fríos y distantes, ellas son las que, pese a sus momentos de histeria, mantienen la fe en poder reflotar su vínculo en un presente frágil y desapasionado desde el que añoran la relación que fue —llegarán a rememorar el pasado con la revisitación física de espacios donde pasaron sus primeras noches juntos, y con un saldo inevitablemente amargo—. Por otra parte, resultan reveladoras las perspectivas que arrojan algunos personajes externos mientras siguen su curso la road movie de Donen y la road-walk movie de Kiarostami: David, personaje desestabilizador que hace acto de aparición en el tramo final de Dos en la carretera, o la patrona de un café donde Elle y James recalan. Estas visiones externas posibilitarán la fractura más decisiva en cada uno de los filmes: casi al final en la primera, aproximadamente en la mitad de la segunda.

David y la patrona abren y cierran, respectivamente, el presente vídeo-ensayo. Ambos observan desde fuera a la pareja y es gracias a esa distancia, y a sus propias experiencias vitales, por lo que pueden emitir una lectura significativa, resultando a la vez crucial su presencia para cada relato. Ya se sabe que es más difícil atinar cuando uno forma parte de un interior algo viciado… Seguramente ambos se equivocan y ambos tienen razón y es en la intersección de ambos testimonios donde quizá podamos extraer una enseñanza útil: los ideales no existen (son, como mucho, algo a lo que aspirar) y la permanencia y el compromiso, más que promesas enunciadas y ritualizadas al pie de un altar, son cuestión de reinvención constante, sin olvidarse uno totalmente de lo que ya ha sido. Ni más ni menos.

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© Covadonga G. Lahera, enero 2014