Documenta Madrid 2010

Cine para todos (y alguno más)

 

Es bien sabido el afán de Documenta Madrid por ofrecer a sus espectadores una programación extensísima que este año ha cristalizado en cinco secciones competitivas, dieciséis ciclos/retrospectivas de índole muy diversa, veinte galardones y numerosas actividades paralelas como conferencias, performances o la presentación de publicaciones.

La imagen de conjunto se vuelve entonces difusa e inasible. El público objetivo en este festival simplemente no existe -existen varios. En las mismas butacas pueden coincidir el responsable de contenidos de una televisión estatal, el crítico especializado, el generalista, el artista plástico, el vídeoartista, el aficionado al cine de no ficción, la señora que pasaba por allí y prefirió el aire acondicionado de los cines Princesa al calor sofocante de la Plaza de España.

La mente tras la mastodóntica propuesta, Antonio Delgado, la defiende enarbolando la bandera de la pluralidad. Sin querer prescindir de ningún enfoque, ha construido la principal cita cinematográfica de Madrid con un grupo de programadores que visionaron este año 1.153 películas procedentes de 92 países. Todo para que tanto el profesional televisivo como el comisario de museo encuentren obras interesantes en este amplio abanico.

Precisamente con esta lógica hay que acercarse a Documenta, por lo que cada crónica leída -si no lo son siempre- no será más que el itinerario personal del firmante. Así, la forma más sencilla de situar al lector para este escribiente consiste en analizar cada sección del festival como si se tratasen de muñecas rusas que solo cobran sentido una vez unidas.

El cine como arma política

La Competición Documental estuvo marcada por la victoria de Presunto culpable (Roberto Hernández y Geoffrey Smith, 2008) que obtuvo el Primer Premio del Jurado y el del Público. La cinta denuncia el sistema policial y judicial mejicano a través del caso particular de dos abogados que intentan sacar de la cárcel a un hombre injustamente condenado a veinte años de prisión por homicidio.

El filme se beneficia de un montaje ágil, haciendo un uso excelente del hip hop que impregna la vida de Toño, el protagonista. Unas voces en off relatan didácticamente y paso a paso las decisiones que se toman en la defensa del reo, lo que unido a unas entrevistas bien seleccionadas y a las reconstrucciones de la vida de Toño en la prisión resulta en un documental muy completo desde el punto de vista informativo.

Su condición reivindicativa lo lleva en ocasiones a caer en procedimientos sensacionalistas más propios de la televisión, sin que lleguen a molestar mucho. En pecados similares caen The Cove (Louie Psihoyos, 2009), El hombre más peligroso de Estados Unidos: Daniel Ellsberg y los documentos del Pentágono (The Most Dangerous Man in America: Daniel Ellsberg and the Pentagon Papers, Judith Ehrlich y Rick Goldsmith, 2009) o Jaffa, el mecanismo de la naranja (Jaffa, the Orange’s Clockwork, Eyal Sivan, 2009); todos ellos productos más centrados en lo informativo y la política que en crear un discurso cinematográfico propio.

Especial atención merece The Cove por pervertir lo real inyectando una estructura narrativa propia de una heist movie. El filme cuenta cómo son asesinados vilmente un total de 32.000 delfines al año en un pueblo pesquero de Japón. El horror se produce en la cala del título.

Para desacreditar mundialmente al gobierno japonés, que niega por activa y por pasiva esta actividad, el realizador Louie Psihoyos se une al activista y antiguo entrenador de Flipper Richard O’Barry. Como si fuesen la reencarnación de Brad Pitt y George Clooney en Ocean’s Eleven (Steven Soderbergh, 2001), reúnen a un equipo especializado para infiltrarse en la cala equipados con alta tecnología -equipos de buceo, cámaras, material de camuflaje y demás- y grabar así imágenes de la catástrofe con las que concienciar al mundo.

De hecho, en el plano fijo que cierra el filme, el propio O’Barry se mantiene erguido en medio de la plaza de Shibuya en Tokio con una pantalla, pegada al pecho, que muestra los hechos. Con un encuadre y una fotografía robadas sin pudor de Lost in Translation (Sofia Coppola, 2003), Psihoyos aumenta la velocidad de la secuencia para que el público compruebe cómo, poco a poco, los tokiotas van formando un corrillo para ver lo que ocurre.

Puede que The Cove sea más una ficción o un show televisivo que un documental. No se sabe muy bien lo que es, pero ante todo se erige como un destacable ejercicio de propaganda bienintencionada a lo Michael Moore -sin el hedonismo al que acostumbra el cineasta de Michigan.

Retrato de unos (autores) invisibles

Campo 35×45 (Glubinka 35×45, Evgeny Solomin, 2009) y Budrus (Julia Bacha, 2009) completan los galardones del jurado. Extraño que Autobuses americanos (American Greyhounds, Mario Aranguren y Héctor Muniente, 2009) no aparezca mencionada ni siquiera en las crónicas.

Quizás se deba a que es un filme pequeño hecho por dos españoles desconocidos, por lo que nadie le presta atención en su itinerario. Es una de esas películas que uno descubre por casualidad cuando tiene un par de horas que matar antes de la sesión importante y entra en la sala de al lado en vez de irse a un bar. Bendito el momento en que se me ocurrió.

American Greyhounds no es una obra maestra. Puede que alguno la desdeñe a primera vista como documental de cabezas parlantes, razón por la que debe haber sido incluida en esta sección y no en la de Creación. Pero la película es mucho más que eso.

Jugando a la metáfora en el título, greyhound (‘galgo’) hace referencia tanto a las líneas de autobuses más usadas en los EE.UU. por los pobres como a los políticos John McCain y Barack Obama en su carrera hacia la Casa Blanca. Con los últimos comicios solo insinuados y sin centrarse en la maquinaria electoral, Aranguren y Muniente emprenden cámara en mano un viaje a ninguna parte con los pasajeros de las líneas de autobús.

Un relato lleva a otro, y a otro, y a otro… De esta manera, las vivencias de estos personajes, sus microcosmos, acaban formando un retrato global de la clase trabajadora norteamericana, en línea recta a la miseria sin intersección con el coche presidencial del Sr. Obama.

Los defectos técnicos acaban siendo virtudes en una película que prestigia la autenticidad por encima de una estética limpia, pero que no por ello renuncia a crear una propia. El ruido de la cámara se suma a una tonalidad naranja de grandes contrastes lumínicos que recuerda al trabajo realizado por Chryde y Vincent Moon en La Blogothèque.

El uso del sonido crea un paisaje polifónico de la carretera norteamericana lo que, unido a una gran sencillez expositiva y a un montaje que sabe sacar el máximo de sus personajes, resulta en una versión actualizada y personal de En la carretera (1951) de Jack Kerouac. La película no cuenta aún con distribuidor. Ya que será difícil encontrarse con los directores para discutirla, baste por ahora con una entrevista.

Autores reputados y algunas sorpresas

Por su parte, la sección de Creación estuvo plagada de nombres conocidos y de varios filmes a priori de menos interés que cabe destacar. En largometrajes, el primer premio fue para La quemadura (René Ballesteros, 2009), en la que el director chileno logra evocar los horrores de la dictadura militar a través de la búsqueda personal de una madre que los abandonó a él y a su hermana por motivos políticos 26 años atrás.

Con La paura (Pippo Delbono, 2009), Delbono prueba que el cine-ojo de Vertov es hoy más posible que nunca. Rodado por completo con un móvil, el filme es una venganza personal contra la Italia de Berlusconi, el ensayo de un ciudadano cabreado que registra las desigualdades sociales de un país que considera fascista.

La película funciona en este sentido hasta que su director decide incluirse como protagonista, denunciar a viva voz y acentuar sus sentimientos con una música grandilocuente. La propaganda y la palabrería le ganan la partida a la imagen y vence el espíritu de su compatriota Sabina Guzantti, que con Viva Zapatero! (2005) y Draquila – l’Italia che trema (2010) ha logrado hacer ruido en los medios contra el líder conservador, pero ya casi no nos acordamos de sus películas.

Es imposible no caer rendido ante la maestría de La danza, el ballet de la Ópera de París (La danse – le ballet de l’Opéra de Paris, Frederick Wiseman, 2009). ¿Qué vamos a decir de Wiseman que no se haya dicho ya? El genio del cine directo reencuadra con toda naturalidad cuando se le antoja, logra conseguir una puesta en escena elegante y explícita. El montaje, sencillo y directo al grano. ¡Qué decir del sonido! En fin, lo de siempre, una maravilla, un regalo para cualquier cinéfilo, que se ve transportado en esta ocasión al interior de la compañía de ballet de la Ópera de París, descubriendo su funcionamiento desde la concepción del espectáculo hasta su representación.

Recomendable y detestable a partes iguales es el último trabajo de Ermanno Olmi. En Rocas del vino (Rupi del vino, 2009) enseña con una aproximación observacional ejemplar la cultura de los viñedos de las laderas de Valtellina, en Italia. El proceso de obtención de los caldos de la zona queda descrito con claridad a través de unas imágenes de una gran belleza, con una composición muy equilibrada y de un plasticismo apabullante.

Pierde a Olmi su afán por incluir textos en off sacados de diferentes dichos populares, filósofos, escritores y otras personalidades del pasado relacionados con la cultura del vino. Estos extractos no aportan mucha información, frenan el ritmo, se hacen monótonos y llegan aderezados por un conjunto de planos religiosos y una música de misa que parece que la película estuviese sacada de un spot de la conferencia episcopal.

Finalmente, Hunky Blues: El sueño americano (Hunky Blues. Az Amerikai Álom, Péter Forgács, 2009) y En comparación (Zum Vergleich, Harun Farocki, 2009) completan la selección cinco estrellas de los filmes a competición.

Forgács, fiel a su estilo, realiza un ensayo histórico de la diáspora húngara a los EE.UU. entre finales del siglo XIX y principios del XX a través de material de archivo, principalmente doméstico. De la historia privada se llega a la pública.

Como bien define Efrén Cuevas, existe en el cine del húngaro un “acerado contraste entre esa crónica microhistórica, ignorante de su destino fatal, y la crónica macrohistórica que el espectador conoce con detalle” (1). Es en un punto intermedio donde la obra de Forgács adquiere sentido y Hunky Blues no es una excepción.

Resulta chocante cómo el director encuentra un ritmo interno en las imágenes que hace que la propuesta se pueda sostener tanto treinta minutos como diez horas. Cuesta decidir si esto es una ventaja o un error. Lo que claramente se ha hecho mal es doblar las voces de los húngaros al inglés por encima de las originales. Incomprensible.

Por su parte, Farocki compara varios sistemas de producción de ladrillos, desde los más precarios en Burkina Faso, pasando por la India, Francia y Suiza, hasta llegar a los más punteros en Alemania. El resultado es interesante, pero tampoco pasa de ahí. Al fin y al cabo, logra que uno se mantenga atento a cómo se hacen unos ladrillos durante una hora ¿No es eso suficiente?

Fantástico cortos

El palmarés es incontestable en la sección de cortos, pero es que de haber elegido otros, también habrían acertado. Sin duda, la calidad media aquí fue la más alta.

El río (Upe, Rimantas Gruodis, 2009), Conejo a la berlinesa (Mauerhase, Bartek Konopka y Piotr Rosolowski, 2009) y Sé a dónde voy (I Know Where I’m Going, Ben Rivers, 2009) se llevaron en ese orden los tres premios del Jurado, mientras que el del público recayó en Formol (Noelia Rodríguez Deza, 2009).

El primero realiza un retrato de las costumbres de los pobladores de un río que separa Alemania de Polonia -seguramente el Oder-. La puesta en escena sufre de la artificiosidad de la ficción en una propuesta que debería haber sido más austera para introducir mejor al espectador en el ambiente, pero a la que no se le puede negar su belleza y clara exposición, además de un placer sano por observar.

No se le puede poner ninguna queja a Conejo a la berlinesa. Planteada como un falso documental sobre un hecho verdadero, esta atípica película parte de una metáfora para construir una fábula sobre el Berlín soviético.

El filme comienza narrando la vida de los conejos en la Postdamer Platz, donde comen en campos de labranza que se instalaron allí justo después de la Segunda Guerra Mundial. Su tranquilidad se ve interrumpida por unas obras inesperadas. Se esconden ante el escándalo y cuando salen de su madriguera tienen ante ellos un muro.

Así, lo que empieza como una parodia del documental de naturaleza televisivo deriva en un análisis histórico-sociológico de los habitantes del Berlín Este, incluyendo falsas entrevistas a supuestos expertos que hablan de los comportamientos de los conejos -léase berlineses.

Por este retrato tan certero del muro de Berlín y sus consecuencias, además de por su planteamiento formal -baste decir que la textura de las imágenes va cambiando acorde con la cronología que se maneja en cada momento-, Conejo a la berlinesa se trata, sin duda, de una de las grandes películas del certamen.

Lo último de Ben Rivers hace unos años solo habría entrado en un museo. En Sé a dónde voy, reflexiona en clave nihilista sobre el futuro de la humanidad -ahí es nada-, mezclando entrevistas de sus viajes con imágenes poéticas que renuncian a lo narrativo para sugerir a través de la imagen. Un ejercicio estimulante.

Adjetivos parecidos podemos aplicar a las españolas Formol y Las variaciones Dielman (Les variations Dielman, Fernando Franco, 2009). En la primera, la jovencísima Noelia Rodríguez demuestra que es un valor de futuro con su interesante incursión desde el terreno personal en los fantasmas de un pueblo donde el tiempo parece detenerse. La autora consigue transmitir una atmosfera onírica y angustiosa recurriendo a lo abstracto.

En sus mejores momentos, la propuesta recuerda al David Lynch más desestabilizador. Es todo un acierto la impresión de antiguas fotos -de ultratumba- sobre los planos de las casas, iluminados soberbiamente para lograr ese efecto fantasmagórico nada más y nada menos que por los faros de un coche. Chapeau.

Por su parte, el comentado corto de Fernando Franco descompone Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1976) para hacer una crítica visual sobre la película. De marcado carácter experimental, vertebra su exposición en cuatro partes de idéntico interés en las que juega con el tiempo, superposiciones, transiciones y otros elementos.

Complementos principales

El festival se completa con numerosas actividades paralelas y secciones informativas. Entre estas últimas, cabe destacar la retrospectiva de Petter Hutton, a la que se dedica un texto en este número seis de Transit.

Igual de interesante fue la de Ben Russell. El ganador de Punto de Vista con Let Each One Go Where He May (2009) trajo a Madrid gran parte de su obra anterior. Su serie de seis Trypps se mueve desde una abstracción que experimenta con el ruido y las formas hasta llegar a obras más representacionales que reflexionan sobre la imposibilidad del cine etnográfico occidental, colonizador, para retratar con ojos limpios las sociedades que estudia.

Su ciclo lo cerró la performance titulada The Black and the White Gods (2008), muy en consonancia con su obra fílmica. En esta, Russell utiliza dos proyectores de 16 mm. para iluminar con formas en blanco y negro y bañar de ruidos estridentes una pantalla presidida por una calavera humana que previamente él ha colocado.

Se sumaron las retrospectivas de Hanns Eisler, Wang Bing, Harutyun Kahatryan o Alanis Obomsawin. Esta última, con un estilo muy reportajeado, ha sido la principal voz mediática de los indios Mohawk en Canadá. Su obra más conocida, Kanehsatake: 270 años de resistencia (Kanehsatake: 270 Years of Resistance, 1993) puede verse gratuitamente en la página del National Film Board de Canadá, de la que Obomsawin es miembro, junto a muchas otras.

Y aún restan unas cuantas cosas más, pero a falta de espacio solo queda recomendar el libro La casa abierta: el cine doméstico y sus reciclajes contemporáneos (2010), coordinado por Efrén Cuevas, en el que varios especialistas internacionales hacen un recorrido por la historia de este cine amateur y sus posibles usos en la creación artística actual.

Además de trazar una historia de este cine en España, se repasan los clásicos norteamericanos que se han apropiado de este material. El trabajo se cierra con entrevistas extensas a cineastas como José Irigoyen o Christiane Burkhard y dos diarios de trabajo de Alan Berliner.

Todas estas aportaciones vienen a arrojar luz a un cine con escasas referencias bibliográficas en España. Es por eso que este libro se perfila como fundamental para todo aquel interesado en el tema, y tampoco estaría de más que ocupase un espacio en la estantería de cada cinéfilo español.

Por regalos como este, o las retrospectivas, y alguna película que quedará para el recuerdo, se puede decir que Documenta 2010, aun con su afán aglutinador, aprueba con nota el duro juicio del cinéfilo español, siempre exigente con sus programadores.

 

(1) CUEVAS ÁLVAREZ, Efrén: La casa abierta: el cine doméstico y sus reciclajes contemporáneos, Ed. Ocho y Medio, Libros de cine, Madrid, 2010, pág. 131.