Diario de Cannes 2023 (1)

Imágenes sin hilar

Las primeras jornadas de un festival de cine tienen una belleza particular. No solo porque la energía de quienes las viven se encuentra todavía al máximo, sino sobre todo porque, en ellas, las películas se presentan ante nosotros como piezas verdaderamente únicas, sin las dinámicas (en ocasiones viciadas) que, al cabo de unos días, nos llevan a encajar toda obra en los posibles discursos que queremos ver en el conjunto de la programación; algo particularmente acentuado en un certamen como Cannes, obligado siempre a ser diagnóstico (¿o quizá síntoma?) de un je-ne-sais-quoi fílmico. Por lo que, sean mejores o peores, debemos atesorar preciosamente el recuerdo de las obras que rompen el hielo de la conversación festivalera, porque seguramente sean las únicas que no veamos intoxicadas.

«Jeanne du Barry»

O, al menos, esa es la teoría. Porque, en la práctica, la única forma de acercarse a Jeanne du Barry, la película que inauguró la 76ª edición del Festival de Cannes, es desde un discurso que solo ocasionalmente roza el gesto cinematográfico. Y eso que es posible que, en algún momento, Maïwenn llegase a tener entre manos la intuición de un proyecto, como mínimo intrigante. En esa “buena película que no fue”, la figura de la cortesana favorita de Luis XV, Madame du Barry, sería el anuncio de un futuro llamado a derrocar la lógica del Ancien Régime; una especie de agente desestabilizador que logra atraer al Poder hasta su fin. Siendo justo, resulta entretenido ver a la Jeanne du Barry que encarna la misma Maïwenn dinamitar los rituales opresivos que se asumen como ley en la corte versallesca. Pero una vez enunciada esa idea, la directora no sabe muy bien qué hacer con ella, y deja que el film avance sin una progresión dramática inteligible: la voz en off se convierte en muleta imprescindible para transmitir al público los afectos y pasiones que las imágenes y la narración no logran canalizar y, finalmente, la tensión entre contemporaneidad y valores morales caducos desemboca en una caída de la gracia de la protagonista que difícilmente pueda ser leída en 2023 de otro modo que no sea como un apunte (algo desnortado) sobre la cultura de la cancelación. Algo que halla en la presencia de Johnny Depp, en este caso más presencia aurática que actor, un eco no precisamente sutil.

«Tiger Stripes»

Más inocente en su manera de presentarse en sociedad resulta la malasia Tiger Stripes, primer filme competitivo de la Semana de la Crítica. Inocente porque la debutante Amanda Nell Eu cuenta su historia como si realmente fuera la primera persona a quien se le ocurre dar la forma de un relato fantástico a las transformaciones de la pubertad. Esto no debe entenderse como una crítica peyorativa. Al contrario: si por algún lado puede ganarnos el film es precisamente por su franqueza, por lo poco resabiadas que resultan su manera de filmar la complicidad y los juegos de las niñas protagonistas, y su desolación por el distanciamiento y extrañamiento que sufren cuando a una de ellas, Zaffan, le viene su primera menstruación, convirtiendo su cuerpo en un imán de espíritus y fuerzas extrañas y primarias. Es en este punto cuando las limitaciones de Tiger Stripes se hacen evidentes y fatigosas, pues la espontaneidad y confianza de la dirección de actores no encuentra su equivalente en la puesta en escena de lo maravilloso/monstruoso, que solo halla una cierta distinción en unos efectos especiales voluntariamente poco sofisticados y se apoya con demasiada comodidad en la banda sonora de Gabber Modus Operandi para empujar los impactos.

«Monster»

En cambio, Hirokazu Kore-eda emplea de modo muy pudoroso la música póstuma que Ryuichi Sakamoto compuso para Monster (Kaibutsu), como si fueran fugaces corrientes acústicas que atraviesan el regreso del cineasta a Japón tras las excursiones francesa y coreana de La Verdad (La Vérité, 2019) y Broker (2022), que también es un retorno a uno de sus territorios preferidos, el de la infancia como paisaje de silencios e incertezas, donde nadie sabe. Esto se hace literal en el primer acto de la película, construido por completo a partir de elusiones y de la extrañeza que inunda a una madre que no logra comprender qué ocurre con su hijo. En un primer momento, la sensación es compartida con el espectador, hasta que el poliedro del relato se desplaza hasta otras perspectivas que permiten comprender y desenterrar un conflicto que reserva su delicada conmoción para unos minutos finales donde son los niños quienes asumen y logran compartir una realidad privada que se antojaba inaccesible.

 

© Gerard Casau, mayo de 2023