De la gripe española al coronavirus: los efectos en el cine

Cien años después

No se puede negar que en lo que respecta al mundo del cine el Covid-19 ha llegado en un momento especialmente inoportuno, en mitad de un proceso de transición respecto al modelo de consumo de películas, en el cual las plataformas de streaming van ganando cada vez más terreno a las salas. Pero si echamos la vista atrás un siglo, y salvando las inevitables distancias, podremos corroborar que no es la primera vez que la industria cinematográfica se enfrenta a una situación así.

Foto de Paul Thompson, «Spanish Flu Epidemic 1918-1919 in America» 

La gripe española, surgida en 1918, fue una de las pandemias más devastadoras de la era contemporánea, llegando a infectar a una cuarta parte de la población mundial y cobrándose la vida de entre diecisiete y cincuenta millones de personas, más que el total de víctimas que había dejado tras de sí la reciente I Guerra Mundial. Su repentina aparición pilló desprevenida a una sociedad no preparada para enfrentarse a una epidemia de esas características, que obligó a interrumpir el funcionamiento normal del día a día y acarreó consigo graves consecuencias económicas, igual que lo está haciendo el coronavirus. Su llegada en una fecha tan significativa como 1918 iba a tener consecuencias inevitables en el mundo del cine. Si la I Guerra Mundial había facilitado que la industria estadounidense tomara la delantera a otras europeas directamente afectadas por el conflicto bélico, esta pandemia no solo provocó una crisis en el sector sino que supuso un cambio decisivo en las reglas del juego.

Sin embargo, Hollywood no se preocupó demasiado al respecto, ya que los primeros contagios se dieron sobre todo en la costa este y se prefería tener la visión más optimista de que era un problema que afectaba a zonas muy concretas del país. Pero cuando su rápida expansión fue provocando el cierre de cientos de cines empezó a crecer la preocupación sobre las repercusiones económicas que tendría, y en realidad lo peor estaba por venir, ya que en septiembre de 1918 la pandemia llegó a Los Ángeles. El 11 de octubre, cuando ya era obvia la gravedad de la situación, se declaró en la ciudad el estado de alarma, que conllevó el cierre de escuelas y sitios públicos donde pudiera congregarse gente, como las salas de cine. En esta situación excepcional no se prohibía el rodaje de películas, solo las escenas de multitudes; pero sin cines a los que proveer de material y con el pánico creciente hacia un posible contagio la mayoría de estudios inevitablemente trabajaban a medio gas. Finalmente, tras llegar las principales compañías a un acuerdo entre ellas, decidieron cerrar temporalmente las puertas hasta noviembre.

Resulta curioso constatar cómo muchos de los debates y discusiones que hay hoy en día alrededor de las medidas que se han tomado contra el coronavirus sucedieron de forma prácticamente idéntica hace un siglo. Al igual que ahora, los distintos gobiernos tuvieron que improvisar medidas sobre la marcha al no saber cómo reaccionar ante una pandemia que parecía imposible de detener, y al igual que en nuestros días el público se mostraba confuso ante los cambios de opinión y vivía enganchado a las estadísticas diarias de contagiados y muertos confiando en que la pesadilla llegaría pronto a su fin. Uno de los grandes debates fue el uso de mascarillas: ¿hasta qué punto su uso debía ser obligatorio? Si en pleno siglo XXI ha sido difícil llegar a un consenso al respecto, no iba a ser menos hace más de cien años, pero por entonces había además una curiosa circunstancia añadida, ya que muchos hombres se negaban a llevarlas porque veían eso como un signo de flaqueza, como si indicara que uno era débil o un cobarde. Cuando su uso se hizo obligatorio en ciertas circunstancias se dieron casos en Estados Unidos como el del director de comedias Walter Edwards, que pasó una noche en la cárcel por negarse a llevar la correspondiente mascarilla durante un rodaje.

Una industria hasta entonces en crecimiento imparable como la del cine se encontró de repente en una situación desesperada y los más pesimistas vaticinaron que no sobreviviría a esta crisis. Aunque pueda parecer una visión catastrofista, hay que tener en cuenta dos factores: en primer lugar, por aquel entonces el ritmo de producción era absolutamente frenético y tener la maquinaria parada aunque solo fuera un mes era dramático a nivel económico, y en segundo lugar, en aquellos años no se tenía la más mínima idea de cuánto tiempo duraría esta pandemia, y la sensación que sobrevolaba en el ambiente era de pánico. Rápidamente los jefes de los estudios más importantes pidieron a sus principales estrellas que renunciaran temporalmente a sus elevados sueldos para minimizar los daños económicos y proteger a los empleados de menor rango, y muchas de ellas, como las hermanas Constance y Norma Talmadge, aceptaron.  Como veremos, a la práctica los grandes perjudicados por esta crisis fueron los estudios pequeños, quienes intentaron paliar el golpe uniéndose para pedir al gobierno que les permitieran seguir en funcionamiento durante la época de confinamiento más extremo, amparándose en que la mayoría de rodajes se filmaban en exteriores, donde teóricamente se reduciría el riesgo de contagio.

Cuando al cabo de unas semanas los estudios reemprendieron la actividad de forma más o menos normal, lo hicieron siguiendo una serie de normas de protección, igual que la industria española se ha visto obligada a hacer en los primeros rodajes después del coronavirus. En aquel caso, no obstante, las medidas eran menos elaboradas que las actuales: algunos colocaron enfermeras en las entradas de los estudios para echar polvos desinfectantes a los trabajadores, el prestigioso productor Thomas H. Ince distribuyó mascarillas entre todos sus empleados y Mack Sennett, dueño del célebre estudio de comedias Keystone, dio bolsas de alcanfor asafétida para colgárselas alrededor del cuello a todos sus trabajadores (incluyendo, en palabras de un cronista de la época, los actores animales del estudio como “el perro Teffy, el gato Pepper y siete gatitos”).

Pese al elevado índice de mortalidad de la gripe española, no fallecieron demasiados actores o directores de renombre por su causa. El ejemplo más sonado fue el de Harold Lockwood, por entonces una de las estrellas más populares de la época, que murió repentinamente a los 31 años justo al inicio de la crisis. Otras víctimas de la gripe española fueron el prestigioso director John H. Collins a los 29 años y, en Europa, la diva Vera Kholodnaya, primera gran actriz del cine ruso, que tenía solo 26 años. A cambio, la lista de grandes nombres del cine que enfermaron por la pandemia y consiguieron recuperarse es larguísima, e incluye a algunas de las más grandes estrellas de la época como Mary Pickford o las hermanas Dorothy y Lillian Gish. De hecho, Lillian Gish es una de las pocas celebridades que habló de la enfermedad en sus memorias, relatando cómo la preparación de Lirios rotos (Broken Blossoms, de D.W. Griffith, 1919) tuvo lugar cuando estaba todavía en fase de recuperación, y cómo durante el rodaje tuvo que recibir cuidados de una enfermera entre tomas para evitar una recaída. Que Gish sea una de las pocas personas del mundo del cine que hablara sobre la gripe española nos lleva a una de las grandes incógnitas sobre esta pandemia: ¿cómo un hecho que tuvo tantísima repercusión y afectó a millones de personas apenas es mencionado por los cineastas de la época en sus autobiografías o en entrevistas?

Lillian Gish en «Lirios rotos»

La única explicación plausible que se me ocurre es que la gripe española fuera un hecho demasiado traumático para quienes la sufrieron y que, al coincidir cronológicamente con el fin de la I Guerra Mundial, se prefiriera dar más énfasis al conflicto bélico, que si bien no fue menos traumático, al menos ofrecía culpables más claros a los que señalar. La única película de la época que conozco que rompiera ese tabú es Papá Piernas Largas (Daddy-Long-Legs, Marshall Neilan, 1919), protagonizada por Mary Pickford. En una escena los guionistas se permitieron un pequeño gag de humor negro cuando la Pickford finge un estornudo para abrirse paso en una estación abarrotada de gente. El resto de personajes se apartan ipso facto alarmados (algunos de ellos, de hecho, llevan mascarillas para enfatizar a qué hace referencia el gag) y nuestra heroína consigue llegar al andén.

Hoy día en cambio le ha faltado tiempo al mundo del cine para crear producciones sobre el coronavirus, desde la oportunista producción de serie Z Corona Zombies (2020) de Charles Brand (hecha en dos días para aprovechar el tirón de la pandemia reutilizando material de otros filmes) a algunos interesantes cortometrajes realizados dentro de las limitaciones que supone el confinamiento. Es el caso de Spaces, un interesante proyecto del Festival de Cine de Salónica en que se encargó a catorce renombrados cineastas de todo el mundo (entre ellos Jia Zhang-Ke o Denis Côté) hacer un corto desde su casa que luego se podría ver en Youtube. Aunque no deja de ser un caso puntual y realizado en circunstancias precarias, estos filmes nos muestran el potencial de la era digital para romper unas barreras entre creador y público que no eran tan fáciles de franquear hace un siglo, consiguiendo que un cineasta de renombre haga llegar a gente de todo el mundo un corto suyo recién salido del horno sin pasar por todos los canales y procesos de distribución habituales. Del mismo modo, multitud de estrellas de cine han ido compartiendo vídeos en las redes sociales animando a la gente a seguir el confinamiento (por ejemplo, el cómico Mel Brooks hizo uno muy entrañable con su hijo) o simplemente han difundido imágenes suyas en el hogar que se han hecho virales, desde Anthony Hopkins tocando el piano con su gato al célebre vídeo del denominado “Boss Bitch Fight Challenge”, en que una serie de actrices (entre ellas Daryl Hannah, Scarlett Johansson o Halle Berry) se han grabado en sus hogares fingiendo una pelea entre ellas. La inmediatez de Internet y lo digital ha posibilitado que podamos por unos minutos colarnos en el hogar de las estrellas de cine compartiendo con ellas la intimidad del confinamiento y, por qué no, el aburrimiento que sentimos todos.

Todo ello nos lleva al último y más importante punto de todos, ¿qué consecuencias va a tener esta pandemia en la industria del cine? En su momento la gripe española contribuyó decisivamente a cambiar el ecosistema de Hollywood. De entrada esa crisis precipitó el fin del que años atrás había sido uno de los principales centros de producción cinematográfica en los años diez: Fort Lee, en Nueva Jersey. Es cierto que hacia 1918 ya estaba de capa caída por la emigración masiva de cineastas a Hollywood, sobre todo por las ventajas que conllevaba la costa oeste en cuanto a clima; pero la crisis de la gripe española fue el golpe de gracia que acabó con esa colonia cinematográfica.

No obstante, lo más importante de todo fue que la crisis causada por la gripe española se llevó por delante a todos los pequeños productores y exhibidores, dando pie al sistema controlado por unos pocos estudios que sería el modelo que imperaría en Hollywood durante décadas. Aunque la crisis afectó a todo el sector, los grandes perjudicados eran sin duda los pequeños exhibidores, es decir, dueños de salas de cine locales que se habían visto obligados a cerrar durante meses por la pandemia. Aquí fue cuando entró en escena el magnate Adolph Zukor (uno de los fundadores del estudio más importante de Hollywood, Famous Players-Lasky, que pronto se convertiría en la Paramount), quien tuvo la idea de adquirir todas esas salas aprovechando que sus dueños estaban en una situación desesperada para así abarcar todo el proceso de producción, distribución y exhibición de filmes. No sería hasta décadas después cuando el gobierno entró en acción para evitar que los grandes estudios tuvieran el control de estas tres ramas bajo la acusación de monopolio, pero para entonces Zukor y los otros magnates ya habían establecido las reglas del juego que imperarían en toda la era clásica.

Fotografía de Adolph Zukor

Una vez más una crisis económica sirvió para hacer aún más fuertes a los más grandes y para despachar a los débiles. Con la llegada de los años veinte, Hollywood volvió a irrumpir con fuerza recuperándose con creces de ese bache económico, pero a cambio perdió su espíritu primigenio por el camino. Las crónicas de los inicios de Hollywood son un material fascinante porque nos documentan una época en que imperaba todavía un sentimiento aventurero y en que el mundo del cine era todavía algo nuevo y excitante. Son numerosas las historias de personas con empleos respetables que decidieron dejarlo todo para unirse a esa especie de circo, como por ejemplo los directores Allan Dwan (anteriormente ingeniero) o Clarence Brown (que tenía su propio negocio de venta de automóviles hasta que decidió abandonarlo por el cine). Cualquiera con imaginación e iniciativa podía formar su propia productora y probar suerte aprovechando que había una demanda desaforada de películas, y como el lenguaje cinematográfico estaba en expansión había vía libre para probar cosas nuevas. Además, por entonces era muy frecuente que los actores se animaran a probar suerte tras las cámaras cambiando al rol de directores (sin ir más lejos es el caso de algunos de los realizadores de más prestigio de la era muda como Frank Borzage o Erich von Stroheim) y por otro lado no era tan raro encontrarse con mujeres ejerciendo dicho trabajo. Todo este panorama aventurero y espontáneo llegó a su fin con el sistema de producción, distribución y exhibición estandarizado que Zukor implantó a finales de los años diez. El que se conocería como sistema de estudios se basaba en una jerarquía rígida y en una forma de entender la producción de películas mucho más profesionalizada y controlada. No quiere decir esto que sin la gripe española Hollywood no hubiera acabado igualmente desembocando en este modelo, pero sí que es cierto que dicha pandemia aceleró el proceso de forma irreversible.

A día de hoy el coronavirus ha aparecido en otro escenario de transición, en que Netflix, Amazon Prime, HBO o Disney Plus están dominando cada vez más el espacio audiovisual y en que las formas de consumo tienden más hacia el formato doméstico antes que a la clásica sala de cine. Las medidas de confinamiento que ha provocado el coronavirus han favorecido esta tendencia, con un enorme aumento de suscripciones en estas plataformas de pago mientras que los cines tradicionales se ven obligados a permanecer cerrados. Al igual que sucedió con la gripe española, en el fondo lo que es probable que consiga el Covid-19 sea acelerar un proceso que iba a acabar produciéndose tarde o temprano. En todo caso, el futuro que parece estar fraguándose, tal y como comenta Sergi Sánchez en este artículo, no resulta nada esperanzador para las salas de cine y nos hace temer un nuevo escenario que las deje de lado para apostar definitivamente por el consumo de cine en el hogar, condicionado por los famosos algoritmos de recomendaciones que tan poco nos animan a investigar por nuestra cuenta y que tienden a dirigir nuestros visionados. Una vez más parece que la lógica capitalista se aprovecha de una crisis económica para acabar con todo asomo de espontaneidad abriendo paso a un sistema mucho más rígido y previsible para obtener el máximo beneficio posible.

 

* Este artículo es una versión ampliada del que publicó su autor en el blog “El Testamento del Doctor Caligari”.

 

© Guillermo Triguero, mayo de 2020

Bibliografía

– SÁNCHEZ, Sergi; El nuevo cine: del consumo de masas al individual, La Razón, 29 de marzo de 2020
– GISH, Lilian; Mr. Griffith, the Movies and Me, Prentice Hall Direct, 1983
– ANDREEVA, Nellie; Historian William Mann On How The 1918 Spanish Flu Changed Hollywood Forever & How COVID-19 Might Too, Deadline, 6 de abril de 2020
Entrada sobre Los Ángeles de la enciclopedia digital sobre la pandemia de 1918 Influenza Enciclopedia de la University of Michigan Library.