D’A 2016

Tale of Cinema d’Autor

 

Uno de los platos fuertes del 6º Festival de Cinema d’Autor de Barcelona fue la proyección de Ahora sí, antes no (2015), el último acercamiento al cine de Hong Sang-soo. La película no es una de esas primicias que justifiquen de por sí la existencia de un festival (compitió en Gijón y ya se ha estrenado en salas españolas), pero sí una cuyo peso lo reafirma. La programación de un certamen ha de obedecer a una suerte de orden interno y, en este sentido, dice mucho que esta fuese la cinta proyectada el primer día y en la primera sesión, ya que varios de los títulos de este año podrían leerse más tarde bajo ese desdoblamiento propio de la película.

Ahora sí, antes no

La estructura de Ahora sí, antes no sirve como hilo conductor del festival

Ahora sí, antes no se divide en dos partes tan diferentes como casi repetidas: en la primera (“Ahora no, antes sí”), los protagonistas mienten o, al menos, ocultan hechos significativos que acaban saliendo a la luz de manera incómoda; mientras que en la segunda (“Ahora sí, antes no”), sus verdades se van filtrando poco a poco hasta llegar a una serie de situaciones igualmente incómodas, pero con una resaca mucho más placentera. De algún modo, el filme de Hong Sang-soo remite a los intentos de Phil Connors (Atrapado en el tiempo – Groundhog Day, 1993) por recrear un día perfecto solo que, en este caso, más que por la construcción de movimientos, gestos y detalles, se pasa por una deconstrucción de todo aquello. Al igual que en la película de Harold Ramis, con el paisaje nevado llega el nuevo día definitivo. Como otras cintas de esta sexta edición del D’A, la película muta en una distinta que nos permite reflejar convenientemente la primera.

 

Ahora no, antes sí

Hubo por lo menos dos películas más en el festival que poco a poco fueron convirtiéndose en algo alejado de lo inicialmente planteado. Así, John From, de João Nicolau, lleva a cabo una evolución progresiva que nos traslada de un edificio de apartamentos en Lisboa a ese mismo complejo transformado en un microcosmos melanesio. La excusa viene de la mano de su protagonista: una adolescente que pasa el verano en la urbe y que se enamora de su vecino, un reportero recién venido de las islas. De este modo, y gracias a la magia, todo su entorno doméstico y familiar queda contaminado por una niebla que transforma el decorado y, con él, la historia. John From parte de un naturalismo que funciona a la perfección para llegar a un realismo mágico que cierra la película, pero no llega a sentenciarla. Curiosamente, una vez que Nicolau inunda la imagen de referencias exóticas imposibles, la imagen pierde fuerza y el discurso se torna hierático; se trata de una artificialidad honesta, pero acaba por encajonar un discurso que brillaba precisamente por una dirección libre. Uno no puede evitar pensar que donde John From realmente triunfa es en esa primera parte repleta de imágenes posibles pero inéditas como ese plano inaugural donde una sandalia flota en el agua estancada de un balcón.

John From-Kaili Blues

John From y Kaili Blues; dos películas que se transforman

Algo similar ocurre con Kaili Blues (Gan Bi), la gran triunfadora del último Festival de Las Palmas de Gran Canaria. Aquí la decisión de desdoblar la película es estrictamente de puesta en escena: tras una primera parte donde el montaje alternaba entre diferentes fragmentos temporales, Gan Bi opta por un segundo compartimento formado casi íntegramente por un plano secuencia lineal de cuarenta minutos que sigue a uno de sus protagonistas. Un travelling rudimentario nos traslada de pueblo en pueblo y de casa en casa en tiempo real y el plano en sí funciona perfectamente como dispositivo que viene a decir algo: notamos la cámara y el movimiento, la imagen se transforma en un gran angular tambaleante y con ese cambio toda la película muta hacia otro territorio fuera de campo. Es sin duda una opción interesante, pero ¿es realmente consecuente con la propuesta? ¿Aporta algo esa interrupción del punto de vista? La película genera debate precisamente por esa dicotomía que no rompe el relato, pero sí la perspectiva, aunque uno no sabe hasta qué punto esa era precisamente la finalidad del autor o si sus intenciones eran mucho más gimnásticas. En cualquier caso, la primera apuesta por ensanchar el tiempo acaba resultando mucho más perspicaz que la segunda por ensanchar el espacio y, en ese sentido, el antes le vence la partida al aquí.

 

Ahora no, antes tampoco

Después de Lucía (Michel Franco) fue la gran ganadora de la sección Una Cierta Mirada de Cannes 2012, pero ese pequeño gran triunfo no permitía anticipar las consecuencias que aquella película, más bien discreta, traería al panorama de festivales tan sólo tres años más tarde. Gracias a ese éxito y al posterior apoyo de Televisa, Franco consiguió presupuesto para realizar prácticamente lo que quisiera; y lo que quiso fue hacer más o menos lo mismo que ya había hecho: producir tres películas tan moderadas como Después de Lucía que también contaban con un dispositivo de puesta en escena a priori firme pero que acababan rompiéndolo con un final tan tajante como inconsecuente con el resto de la propuesta. El relato de estos tres títulos presentes en el D’A también se desdobla radicalmente y lo cierto es que la jugada de Lucía Films les ha salido redonda: Chronic, del mismo Franco, se llevó el Premio a Mejor Guión en Cannes; 600 Millas, de Gabriel Ripstein, el Premio a la Mejor Ópera Prima en la Berlinale mientras que Desde allá, de Lorenzo Vigas, se llevó el León de Oro en el último Festival de Venecia.

Chronic-DesdeAlla-600Millas

Los tres representantes de «Lucía Films»: Chronic, 600 millas y Desde allá

Chronic sigue el día a día de un cuidador de enfermos terminales que no tiene vida propia y la apuesta pasa por imbuir al espectador de esa cotidianidad anodina donde los puntos vitales más álgidos provienen de la identidad de los moribundos. 600 millas plantea una road movie de contrarios donde un policía acaba ayudando a su secuestrador, un joven traficante de armas, en el camino fronterizo entre Estados Unidos y Méjico. Desde allá transcurre en Caracas, donde su protagonista, un hombre de mediana edad, se enamora de un joven marginal y decide cuidarlo pasando así progresivamente de ocupar el papel de padre ausente al de compañero vital. En los tres casos, el discurso se raja en aras del impacto: en el caso de Chronic, con un último plano cercano al susto donde el shock prima sobre un concepto más bien leve; en 600 millas, con una resolución y posterior descubrimiento que pretende aleccionar al espectador en la universidad de la vida; mientras que en Desde allá se convierte directamente en un versículo donde la moralidad de la historia se intenta resolver de manera ambigua, aunque el discurso sea claramente unilateral. Las tres películas cuentan con ideas potentes e incluso a mitad de camino da la sensación de que tal vez el peaje era obligatorio para llegar al destino. Una vez terminan es fácil darse cuenta de que en realidad el vehículo no se guiaba por ningún mapa, simplemente estaba dando vueltas en círculos hasta parar en el momento en que se acaba la gasolina. Eso sí: una vez ya no hay combustible y el coche no sirve para nada, lo explosionan. Las tres películas de Lucía Films son unos bonitos fuegos de artificio donde ni siquiera asistimos a todo el espectáculo: nos quedamos únicamente viendo como la mecha se enciende.

 

Ahora sí, antes no

Los capítulos fueron otro de los mecanismos que algunas de las películas presentes en el D’A utilizaron para dividir y unificar sus contenidos. Más allá de la inmensa Sangue del mio sangue (Marco Bellocchio), en The Other Side (Roberto Minervini), por ejemplo, el director aprovecha la primera parte del filme para acercarse a una serie de heroinómanos de la América profunda mientras que la película se rasga en dos con un segundo acto que olvida a esos protagonistas y pasa a relatar el punto de vista de otros personajes adictos a las armas. Ninguna de las dos historias llega nunca a cruzarse de manera explícita pero el trato que Minervini hace de ambos colectivos marginales, de una manera tan cruda como empática, permite una precisa relectura desde los extremos. No hay cierre ni apertura de ninguna de las dos historias, pero solo cuando llegamos al final somos capaces de entender el tratamiento de ambas.

TheOtherSide-NastyBaby-Demon

The Other Side, Nasty Baby y Demon; películas que son difíciles de definir

Algo similar puede decirse de Nasty Baby (Sebastián Silva) o Demon (Marcin Wrona) si bien en estos casos la división del relato no pasa tanto por la estructura de los filmes sino por el tono. En el primer caso, lo que comienza siendo una película indie de hipsters neoyorquinos (todo un género insoportable en sí mismo), acaba desembocando en una sátira cruel –con asesinato incluido– sobre las clases sociales y la gentrificación. En Demon, por otro lado, se propone una comedia costumbrista sobre una boda en Polonia para pasar a un terror de lo más eficaz con fantasmas y exorcismos. En ambas películas, el cambio de género es el que sirve como constructor del discurso: cuando llegamos al híbrido entendemos que toda la primera parte no era sino una caricatura. En el caso de Nasty Baby, aprovechando el hecho de que todos sus personajes sean arquetipos de una cierta élite culpable –aunque solo sea por el hecho de serlo–; en el caso de Demon aprovechando que, como en toda buena celebración polaca que se precie, los personajes se pasan la integridad de la película borrachos como una cuba y el frenesí que provoca el alcohol es potenciado por el delirio y acoso de los demonios. Tanto estas dos películas como The Other Side resultan confusas a la hora de mostrar sus cartas pero, una vez finalizada la partida, todas se van a casa con los bolsillos llenos.

 

Ahora sí, antes también

El Festival de Cinema d’Autor suele tender a identificarse más con un travelling por el cine contemporáneo que con una panorámica y, en este sentido, trajo a Barcelona algunas de las películas más identificativas de los grandes festivales europeos en un movimiento que va de allí a aquí. Varias de las mejores obras programadas por el D’A, y de las que se ha dado buena cuenta en esta misma publicación, ya habían pasado con anterioridad por otros certámenes españoles como San Sebastián [Trois souvenirs de ma jeunesse (Arnaud Desplechin), Sunset Song (Terence Davies)], Sevilla [Francofonia (Alexandre Sokurov), L’ombre des femmes (Phillipe Garrel)], Las Palmas [Cosmos (Andrew Zulawski)] o Punto de Vista [Oleg y las raras artes (Andrés Duque)]. La casualidad quiso que esta última fuese precisamente la ganadora del certamen barcelonés llevándose el Premio Talents D’A 2016 tres meses después de también alzarse con el triunfo en Pamplona.

Oleg y las raras artes. la triunfadora del D'A 2016

Oleg y las raras artes. la triunfadora del D’A 2016

Si en los anteriores ejemplos el cine contemporáneo visto en el D’A mostraba una cierta tendencia a dividir en dos el relato, a transformarse en otra película o a convertirse en una contraria, Oleg y las raras artes recoge todos esos elementos en el retrato de un único personaje. Andrés Duque aprovecha la figura de Oleg Karavaychuk para lanzar toda una proclama a favor de las contradicciones y el pianista ruso, que está tanto a favor de los zares como de Stalin y se autodenomina tanto defensor del clasicismo como estandarte de su destrucción, es un juego de espejos en sí mismo. Uno que permite subrayar que, en muchas ocasiones, la verdad no se encuentra únicamente en línea recta. Otorgándole su mayor premio, de algún modo la sexta edición del Festival de Cinema d’Autor de Barcelona hizo lo mismo que varias de sus películas en programación: poner un punto final que sirviese, al mismo tiempo, como un punto y seguido.

 

 

© Endika Rey, mayo de 2016