Conversación con Amat Escalante en el D’A

Holiday in México 

 

El pasado tres de mayo leí el siguiente titular en la sección principal de un reconocido diario español: Matan a bebé y violan a la madre y a la hermana en carretera de México. Hoy ese titular, como la noticia en sí, ya no aparece publicado en la página web de ese periódico. Al contrario, la noticia y los titulares sí permanecen intactos en muchos otros diarios mexicanos. El caso se presta para cualquier titular que quiera explotar el peor sensacionalismo, pero por oprobioso que esto parezca, no deja de ser la mera realidad.

Cinco días antes, el 28 de abril, conocí a un hombre sobre el que recae la misma disyunción. Amat Escalante podría ser un hombre violento, o peor, un hombre descarado; un cínico. No lo es. Más bien es un hombre realista. Pero como el realismo es un género más o menos odioso, propenso a la pretensión y a la pedantería, digamos que Amat Escalante es un hombre que sencillamente ve y cuenta lo que sucede a su alrededor.

Al hablar con él descubrí rápidamente que no es de aquellos que abusan de la prosopopeya para narrar lo aparentemente extraordinario que es preparase un bocadillo a la media noche. Él no se explaya, mucho menos se regodea. Puede que esto se deba a un temperamento tímido, pero desde luego yo soy solo un desconocido para él y entrar en confianza es algo que puede tomar años. Este pequeñísimo perfil que he construido de Amat Escalante, que bien puede no hacerle justicia, me sirve sin embargo para entender su filmografía, que se proyectó en su totalidad dentro del marco de la séptima edición del Festival Internacional de Cinema d’Autor de Barcelona (D’A), en conjunto con la Filmoteca de Catalunya, a comienzos de mayo.

Amat Escalante en la presentación del ciclo en la Filmoteca de Catalunya

Las películas de Escalante tienen un mínimo común denominador: la realidad. Otros dirán que es la violencia, pero lo que pasan por alto es que en esas películas, como Los bastardos (2008) y en especial Heli (2013), la realidad de la que se habla es la realidad mexicana, y la realidad mexicana es violenta. Lo dice la prensa, con o sin sensacionalismo, pero también lo dice la voz de los propios mexicanos, como Amat Escalante, quien nació en Barcelona hace treinta y ocho años pero que llegó a vivir a México a los cuatro, y donde se quedó hasta convertirse en el cineasta que es hoy.

Por supuesto en la realidad mexicana –y habría que decir en la realidad humana– no ocurren únicamente secuestros, decapitaciones, violaciones y ahorcamientos públicos, pero no por ello estas situaciones dejan de ser harto reales. El quid está en el punto de vista que se tenga sobre esta problemática, y el de Amat Escalante difícilmente pasa desapercibido. En mi opinión diría que es por una cuestión de simplicidad y precisión visuales, aunque quizás sea más acertada una consideración que tomo de André Bazin: la política de producción de Amat Escalante es consecuente con lo que produce, tanto en lo semántico como en lo sintáctico. En castizo, esto es que a quien le queman las pelotas en Heli no es a un patético Leonardo DiCaprio.

Este punto de vista, sucinto como el de un espejo, tiene su origen en parte en la influencia de otro mexicano: Carlos Reygadas.

Amat Escalante (AE): –Yo contacté a Carlos después de ver Japón (2002), que me impresionó mucho. La primera vez que trabajé en la película de alguien más fue en Batalla en el cielo (2005). Fue importante ver cómo él manejaba la realidad, el filmar en lugares reales, con actores que no son actores. Estaba atraído por su trabajo, y él me contrató en parte también porque ambos teníamos ideas muy similares respecto a lo que nos gustaba en el cine, y bueno, con Japón más que nada me despertó y me inspiró, porque desde Los olvidados (Luis Buñuel, 1950) no había yo visto algo así en México que me llegara tan de cerca. Creo que él es un director muy importante, que renovó el cine mexicano. Fue el primero en hacer el nuevo tipo de películas que ahora vemos.

Si en Amat Escalante la realidad se cuela a través de la violencia en México, o que concierne a lo mexicano, en Reygadas es a través de la sexualidad. Las dos películas que me mencionó, Japón y Batalla en el cielo, son importantes en cuanto a que sus puntos álgidos, concretados en una perspectiva de lo sexual, son de una fuerza visual tal, que se constituyen en la insignia de ambas obras. En la primera es el coito rupestre entre el protagonista, un hombre de mediana edad, y una anciana cuya edad y apariencia solo podrían describirse con los adjetivos más terribles, mientras que en la segunda, y a diferencia de lo que la crítica ha dicho siempre, no es la mamada de la virginal Anapola Mushkadiz (Ana) a Marcos Hernández (Marcos) lo que desconcierta, sino el polvo paquidérmico entre Marcos y su mujer (Bertha Ruiz).

De la misma manera, las películas de Escalante presentan puntos bien delimitados de una violencia contundente. En Los bastardos es cuando le vuelan la cabeza de un escopetazo a Karen (Nina Zavarin), muy a la vieja usanza de Funny Games (Michael Haneke, 1997); en Heli es cuando cuelgan de un tirón a Beto (Juan Eduardo Palacios) del puente, a escasos minutos de haber comenzado la película; en La región salvaje (2016), y aunque pareciera adentrarse en la sexualidad reygadasiana, su momento más violento es cuando medio vemos en un primer instante el cuerpo magullado de Fabián (Edén Villavicencio), abandonado al borde de un arroyo, como si pasáramos de vista sobre la primera página de la crónica roja y nos preguntáramos inmediatamente si lo que hemos visto es un cuerpo entre la hierba. Sangre (2005), su primera película, es un caso un tanto atípico. Aún posee muchas reminiscencias de la obra de Reygadas, quien además fungió como productor y extra sin crédito. Pero si lo sexual logra imponerse sobre lo violento, la búsqueda que hace Diego (Cirilo Recio) de su hija en el basurero, al final de la película, es casi tan estremecedora como ver uno de los muchos avisos que se levantan en México, pidiendo cualquier información sobre las mujeres que desaparecen cada año.

La sequedad de la violencia en Sangre

¿Pero cómo entender estos pequeños momentos de absoluta violencia en las películas de Amat Escalante?

(AE): –Pues yo lo que he notado es que…, digo, la violencia es muy común en todas las películas. Pero se trata más bien de cómo filmo eso, cómo deseo plantearlo hacia el público, que es donde inquieta y hace que parezca que la película es muy violenta cuando en realidad, en cuestión de cantidad de cosas violentas, o muertes, o cosas así que hay en mis películas, es igual que en cualquier otra. Planteo la idea de qué pasa si filmo esto así, para después mostrárselo a un público de esa manera, donde no pueden ver hacia otro lado. De alguna manera es una idea anti-cinemática, anti-Hitchcock. A mí me gusta mucho Hitchcock, y yo creo que Hitchcock mismo, si hubiera podido seguir haciendo películas, tal vez habría probado hacer cosas anti-hitchcockianas. Pero viene un poco de eso. Me acuerdo de la escuela de cine, donde te dicen que cuando no lo ves (la violencia) es más fuerte; cuando dejas que la imaginación ponga de su parte, se puede volver todavía más extremo. Y yo quería probar de manera casi experimental, qué pasaba con lo opuesto. Lo que he encontrado es que la gente queda mucho más marcada, mucho más impactada, como creo que sería si en la realidad viéramos algo así. Entonces esa sensación que es anti-Hollywood, anti-espectáculo, anti-entretenimiento, es lo que yo he tratado de hacer en esos momentos.

Si la bandera del cine de Escalante es la realidad, y por medio de ella –expresada en planos de violencia– se ha opuesto al canon cinematográfico de la industria, entonces habría que concluir que Hollywood no es realista, por muy violento que sea. ¿Y cómo es el cine de Hollywood?… Lo que sí podemos decir, con Guy Debord como compadre, es que el espectáculo nunca es realista, y espectacular es todo aquello que ha sido trastornado por la simple noción de ser visto por otro, desde una selfie hasta una arenga política. Si el punto de vista de Amat Escalante es como el de un espejo, el observador –espectador– desaparece porque, ¿qué vemos cuando vemos un espejo?

Por eso, cuanto más simple sea la violencia en términos de puesta de cámara, iluminación e interpretación, más real nos parecerá. Pero la violencia, como todas las acciones que caen en el lenguaje representativo, tiende a convertirse inevitablemente en espectáculo. ¿Y qué hace de una escena violenta una escena memorable?

(AE): –Es una buena pregunta. Yo creo que hay varias situaciones, y tengo dos en mente que están muy pegadas. Una, por ejemplo en Heli, vemos cuando matan a un cachorro. Entonces la gente salta y se conmueve mucho por eso. De ese cachorro no sabemos nada, lo hemos visto un poco, pero asumimos que no ha hecho nada malo, probablemente es inocente, es una víctima al cien por ciento. En cambio con una persona tienes que crear el personaje, entrar en él e identificarte con él, para luego conmoverte si le pasa algo. En México hay muchas portadas con muertos, de colgados, de decapitados. La gente se acostumbra a verlos, y de alguna manera hay un reflejo casi natural a pensar que probablemente (estas personas) llegaron a eso por alguna razón: que tal vez se lo merecieron, o por el contrario, que a mí nunca me va a pasar eso porque no me voy a meter en problemas, etc. Pero cuando guías al público junto a un personaje, lo vas llevando y vas haciendo que ese personaje y el público se identifiquen, creas un lazo entre ellos. Luego ya metes al personaje en la violencia, donde el mismo público no quisiera estar tampoco. En Heli fue algo que traté de hacer. Empieza la película viendo medio fuera de contexto a estos cuerpos colgados, estos cuerpos golpeados, y durante el resto de la película vemos quiénes eran. Era un comentario sobre cómo lo que usualmente vemos, aunque sea muy crudo, es solo una parte de la realidad.

Instante de Heli

Amat Escalante habla de un efecto generado por dos tipos de compasión. La compasión instintiva y la compasión aristotélica. La segunda es más literaria que la primera, requiere más del relato para afectar al espectador, pero ambas desde luego conmueven. La diferencia está en que una se nos hace menos pesada por medio de la razón. La otra, por carecer de relato, se nos vuelve inexplicable, gratuita e infinitamente perversa. Que lo diga el pobre chico que se estremeció junto a mi butaca cuando vio cómo le torcían el pescuezo a Coque. No miento.

Entonces uno dice: “es que se lo mereció”. ¿Pero cómo un cachorro se merece semejante cosa? Lo mismo sucede con el bebé de la noticia; no tiene historia. Pero los que sí la tienen son aquellos que no vemos, esa otra “parte de la realidad”, los perpetradores enmascarados, los que huyen en la oscuridad de la noche dejando la muerte en una carretera de México.

A unos amigos mexicanos les pregunté: “¿pero por qué matar al bebé?” Ellos simplemente me contestaron: “¿y tú sabes quiénes fueron los que lo mataron?” A Amat Escalante le pude haber hecho la misma pregunta respecto al perro, pero no hubiera hecho falta que me respondiera. Yo no sé quién es el encapuchado que mata a Coque, pero sí sé quiénes son los que torturan a Heli y a Beto. En la escena vemos a un par de tipos, los principales torturadores, pero también vemos a los niños que juegan el videojuego, y que después también torturan. Muy en el fondo, en otro lugar de la casa de tortura, hay una señora –¿la madre, la abuela?– que medio se asoma a ver qué pasa. Esto no es una enseñanza, es un hecho, y sé perfectamente qué será de esos chicos en un futuro no muy lejano.

(AE): –Pasa tanto que se vuelve no específico –me dijo cuando le pregunté si se había basado en hechos puntuales para recrear esta escena–. Incluso después de haber hecho la película me llegaron vídeos de cosas así. Uno fue un vídeo de la policía mostrado por un noticiero, donde enseñaban una de esas casas de seguridad que usan los sicarios. Era un grupo de sicarios muy jóvenes. El líder tenía trece años, los demás andaban por su adolescencia temprana, de doce a quince años. Y la casa que grabó la policía era muy similar a la casa que habíamos hecho. Tenía comida chatarra, una televisión, y se veía una soga de donde colgaban a la gente y la torturaban. A eso es a lo que me refería. No necesitas hacer mucha investigación porque todo es muy lógico, entonces cuando estás en contacto con la realidad y andas con los ojos abiertos, ves las cosas y no hay necesidad de ser específico ni de buscar ejemplos. En las escenas violentas que hago, o no solo no violentas, lo que sea, casi no he buscado cosas reales así.

La fuerza de la imagen violenta proviene entonces del desconocimiento del espectador de ciertas realidades, así la realidad del universo gravite alrededor de la violencia. Para quien no esté acostumbrado, yo el primero, a la realidad mexicana, las imágenes que provengan de ella no solo resultarán violentas, sino prácticamente atroces. Pero lejos de ser esto un reproche occidentalizado y parcial por la constante violación de los derechos humanos en México, es un intento por entender los procesos por los que atraviesan algunas sociedades.

(AE): –Cuando mi primera película se proyectó en Sarajevo –le respondió a una periodista que preguntó si había sucedido que su obra hubiera sido recibida de manera inesperada por fuera de México–, me sorprendió mucho y me dio mucha satisfacción, porque la película Sangre para mí era una comedia, viene de un sentido del humor, y por alguna razón ahí se estaban muriendo de la risa, en Sarajevo solamente. Yo pienso que parte tiene que ver con su historia. Cuando yo fui en el año 2005, gran parte del público tenía mi edad, veinticinco, veintiséis años, y era gente muy afectada por la guerra. Muchos tenían partes faltantes o tenían cicatrices, ya fuera físicas o mentales, y no sé si por eso, por haber conocido muy directamente el terror, que es lo más deprimente en la vida, podían reírse tan fácilmente de esta película, que también muestra, con humor, la tristeza de la vida.

Pero no se trata de legitimar la violencia mexicana como una particularidad étnica, así a Buñuel la anécdota de la Ruleta mexicana le haya dicho todo lo contrario. Más bien de lo que se trata es de tener el registro de una coyuntura histórica que ha devenido a través de un extraordinario número de actos violentos, y que en el futuro podría funcionar como documento de una época, tanto en lo que se cuenta como en la forma de contarlo; a pesar de lo machacado del tema, el neorrealismo italiano no deja de ser el ejemplo por antonomasia de este concepto. Incluso nos permitiría definir la corriente que está tomando el nuevo cine latinoamericano, especialmente preocupado por denunciar los principales malestares de su realidad inmediata. Algo así como una suerte de neorrealismo latinoamericano (Güeros, Alonso Ruizpalacios, 2014; Siembra, Ángela Osorio, Santiago Lozano, 2015; Pelo malo, Mariana Rondón, 2013), emplazado en los mismos escenarios del conflicto de América Latina y protagonizado por sus testigos directos (“el filmar en lugares reales, con actores que no son actores”), lejos del cartón piedra y del método.

De hecho, el cine de Amat Escalante está ya en la capacidad de probar su vigencia histórica, aunque siempre dentro de un tenor que no puede evitar ser siniestro. El ejemplo de Los bastardos, su segunda película, amerita una reflexión desde una actualidad que desafortunadamente tiene nombre propio: Donald Trump.

La provocación de Los bastardos

(AE): –Los bastardos es una provocación hacia los dos lados del muro. Ahora siento que ya se destapó y explotó esa situación. Entonces la película, Los bastardos, si se volviera a hacer ahora, sería diferente casi seguro. O sea, se hizo hace diez años y las cosas ya explotaron, ya hubo esa explosión. La película lo que quería exponer ya pasó, entonces es diferente ya el mundo. En su momento yo sentía esa tensión, que todavía no estaba tan desatada, pero ahora ya se destapó; ya enlazó a todo el pueblo (estadounidense) hacia su boca (Trump) y se están comunicando. Él está vendiendo su producto a la gente que más lo quiere, pero desató que la gente ya no lo escondiera. Incluso se dan muchos casos en la vida: en los supermercados, en los centros comerciales, donde norteamericanos ya están agrediendo a los migrantes, diciéndoles que se regresen, etc. Antes también, pero ahora se generalizó más, se legitimó. Si el líder es un racista ignorante, o por lo menos si así se vende, ya cambió totalmente a EE.UU., o no que haya cambiado, sino que cambió la forma. Yo creo que EE.UU. se mantiene igual, y eso que vende del muro, etc., no sé siquiera si lo logrará realmente. Yo creo que va a empezarlo, y se tomará unas fotos y va a ver qué pasa, pero creo que es ilógico, no tiene sentido, es simbólico.

Pero ante realidades ominosas no todo siempre se puede ver como una completa desgracia.

(AE): Ahora es tal vez un buen momento para ir a filmar ahí (EE.UU.), para mostrar más cosas, si acaso. En ese sentido yo hasta pensé que tal vez mejoraba. Por lo menos la cinematografía independiente de EE.UU. creo que puede vivir un auge de inspiración con esta situación. Digo, es un poco lo que nos pasa en México. Nosotros hemos tenido personajes como Trump desde hace cien años realmente. O sea, racistas, corruptos, estúpidos, que venden tonterías; eso no es nuevo para México.

Valdría preguntarse más bien si Escalante está dispuesto a encontrar esa misma inspiración en otras cotidianidades quizá menos apabullantes y tratarlas de otra manera, como ocurrió con la generación de cineastas mexicanos inmediatamente anterior a la suya.

(AE): –A fin de cuentas cada historia es de una persona, y es fácil generalizar o volverlo una cosa, pero creo que cada uno de estos cineastas tenía una ambición, tenía una forma de ver México, una forma de vivir por las cuales se fueron de ahí. Tal vez querían tener ambiciones bastante más grandes; que esas películas que ellos querían poder hacer, no se podían realizar en México. Pero bueno, yo creo que lo que ha sucedido es positivo. Si acaso ha hecho que la moral de los cineastas mexicanos suba. No es lograr ir a EE.UU. sino hacer películas de ese nivel, que sean películas contundentes, que tengan una voz cada una. Si lo pudieron hacer a esos niveles, con ese tipo de reconocimiento, simplemente ayuda, yo creo, al cine mexicano hecho en México. Yo porque realmente trabajo de una forma muy personal, las cosas que hago salen muy de adentro, y todo lo que me imagino es muy cercano a mí. No me imagino hacer cosas allá, pero si hay algo que me llame la atención o que sea interesante, tal vez lo haría. Desde Heli ha habido mucha presentación de guiones y cosas que me mandan, pero no ha habido algo que realmente me mueva, y no he tenido suficiente pasión para yo escribir algo allá.

Pero independientemente del lugar, la historia del arte nos dice que la realidad no es otra cosa que una fuente de inspiración, y si está cargada de conflictos cuánto mejor; después de todo no hay relato sin un buen conflicto. Pero si la realidad es además una convicción artística y una política estética, tenerla como referencia es una obligación. Para Amat Escalante su referencia es México –el México violento, hay que decir una vez más–, y aunque los gustos pueden siempre cambiar con los años, pues él es aún un cineasta muy joven y fructuoso, la que es hasta ahora su filmografía ha conseguido hacerse un hito para la cinematografía latinoamericana, incluso universal en su valiosa calidad documental. No es gratuito que uno que otro periodista que lo tuvo en frente, inquiriera casi amedrentado si en México la vida es realmente como la muestran sus películas, o peor, como la expone la prensa española, mexicana o de donde sea. Una pregunta que seguramente nos hemos hecho todos no ante lo que pasa exclusivamente en México, sino ante lo abominable de la raza humana, y sin embargo, ¿qué podemos hacer ante los hechos?

La raza humana en La región salvaje

Muy en el fondo me parece estar oyendo a Jello Biafra responder a todo pulmón: “it’s tough kid, but it’s life”. Ahora entiendo un poco mejor por qué Escalante mencionó al comienzo de nuestra conversación a Los olvidados, en cuya última escena arrojan el cadáver del bueno de Pedro a un basurero. Así es la vida, muchachos, y nosotros, ¿qué podemos hacer? Amat Escalante agarró una cámara. Que también haya ido a parar a un basurero en su primera película solo explica las cosas como son; “it’s tough kid, but it’s life”.

 
 

© Julián Cajas, abril de 2017