Al final de la escapada / El confidente / Mala sangre
Es indudable que Jean-Pierre Melville, Jean-Luc Godard y Leos Carax pertenecen a una misma estirpe de cineastas y forman parte de una misma familia del cine francés. Para muestra un botón.
Es indudable que Jean-Pierre Melville, Jean-Luc Godard y Leos Carax pertenecen a una misma estirpe de cineastas y forman parte de una misma familia del cine francés. Para muestra un botón.
Un cuento visual funde las fábulas de Apichatpong Weerasethakul y Roberto Rossellini: El hombre se encuentra con la naturaleza y escuchamos retumbar el bosque, donde el anciano hindú y el joven tailandés se enfrentan al tigre.
Diálogo imaginario entre tres interlocutores dispares: Deren, Hutton y Jayasundara. Las conexiones visuales nos remiten una y otra vez a una frase de Joseph Conrad: “Al nacer, el ser humano se precipita en un sueño, como un hombre que cae al mar”.
La radical apuesta por la ausencia de contraplano en ambas secuencias nos permite realizar un montaje en el cual la Silvia del filme de Isaki Lacuesta habla directamente con la Mrs. Brown de la película de Béla Tarr.
Dos mentes enfermas (cada una a su manera), dobles nudos cuadrados, dos representaciones rotas y dos puestas en escena que divergen y convergen para hablar de la impotencia.
El encuentro íntimo de un rostro con una cámara (ya sea digital o analógica) une inesperadamente las trayectorias de Warhol y Kiarostami. Si vemos «Shirin» y los «Screen Tests» en conjunto descubrimos lazos secretos entre miradas femeninas irrepetibles.
En una época en que ya ningún director parece influenciado “directamente” por los grandes maestros, Pedro Costa, cineasta del orgullo derrotado y el desamparo, parece tener siempre en mente las enseñanzas (que son imágenes) del genio de Maine.
En Transe y en Inland Empire, para hablar del mundo contemporáneo los directores necesitan reapropiarse del fantastique y dejar que este contamine sus filmes en un ejercicio que disuelve toda distinción posible entre lo real y lo fantástico. Para ello Lynch y Villaverde recurren a una formalización extrema del terror…
Un diálogo entre el onirismo expresionista de La infancia de Iván y el realismo documental de Alemania año cero donde, a partir del remontaje, surgen lazos secretos entre los trayectos de los dos niños protagonistas.
Decidirse, coger impulso y marcharse. Tomar la carretera, seguir los indicadores urbanos hacia la primera salida o hacia la salida que conduzca más lejos. O tomar la vía del tren y largarse al campo, a corazón abierto, siguiendo los caminos de piedras y arena…