Cannes 2015: Son of Saul (Nemes) + Paulina (Mitre)

El límite de las convicciones

En Imágenes pese a todo, Georges Didi-Huberman rendía un inspirador tributo a los Sonderkommando, a aquellos prisioneros judíos en los campos de exterminio que, antes de ser asesinados, se veían obligados a trabajar durante días en las cámaras de gas y los crematorios al servicio de los nazis. El corazón del ensayo del pensador francés era el análisis de cuatro fotografías tomadas por un miembro de esos comandos, que puso en riesgo su vida para testimoniar visualmente el Holocausto, para advertirnos de lo que allí ocurría. En la apabullante Son of Saul, László Nemes filma una escena que bien podría ser una recreación de la toma de una de esas imágenes borrosas, urgentes, robadas al silencio de la Shoah. No es extraño que así sea porque su película es una verdadera inmersión en el día a día de los Sonderkommando; una experiencia extrema que logra encontrar la distancia adecuada para plasmar el horror y, al mismo tiempo, descubrir sin complacencias los mecanismos, los códigos y las argucias de estos prisioneros que, muy a su pesar, fueron tanto víctimas como verdugos… y que hacían lo posible para sobrevivir.

Un miembro del Sonderkommando logró robar esta imagen al Holocausto.

Un miembro del Sonderkommando logró robar esta imagen al Holocausto.

El foco de interés del cineasta húngaro (que debuta con este largometraje tras ser asistente de Béla Tarr y destacar en el mundo del corto) no son, sin embargo, esas fotografías, ni tampoco las reflexiones alrededor de la compleja representación visual del Holocausto, sino más bien las motivaciones de Saul; un miembro de los Sonderkommando que emprende una misión suicida: enterrar según el rito judío el cuerpo de un niño asesinado por los nazis. La película, que está filmada en celuloide y en un formato cuadrado irrespirable, se decanta por seguir el dispositivo popularizado por los hermanos Dardenne (con una cámara en mano que no abandona el rostro o el cogote del protagonista en largos planos-secuencia) y renuncia a mostrar explícitamente el horror en el que vive inmerso Saul. Es un horror, sin embargo, intuido, sugerido, imaginable pese a todo, que emerge en los flancos del encuadre, en los cadáveres apilados, en los desenfoques, en los gritos que retumban en el fuera de campo y en todo aquello que sabemos que ocurre, pero que no nos hace falta ver, porque ya lo sentimos en las carnes del protagonista.

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Una imagen de la apabullante Son of Saul (László Nemes)

Uno le podría discutir a László Nemes el exhibicionismo de su ópera prima (el uso del color en vez del blanco y negro tampoco pasa desapercibido), la voluntad de epatar y al mismo tiempo de escapar de los conflictos éticos que implica volver sobre tamaño episodio histórico, pero no cabe duda de su astucia y talento, pues bebiendo de los códigos del cine carcelario (en la lejanía resuenan los ecos de Un condenado a muerte se ha escapado -Robert Bresson, 1956-) ha sido capaz de proporcionarnos una nueva perspectiva sobre el Holocausto; una mirada inmersiva en la que, a través de la subjetividad de Saul, descubriremos cómo de difícil es efectuar un gesto de dignidad, de resistencia, de humanidad, en un entorno que carece de ella. La recompensa al esfuerzo será la sonrisa de un contraplano.

Sin llegar a las cotas extremas de Son of Saul, el tour de force individual que propone Santiago Mitre en Paulina no es nada desdeñable, pues convierte el recorrido fragmentado y en varios tiempos de su protagonista (una extraordinaria Dolores Fonzi) en una compleja transformación personal, con implicaciones ideológicas, físicas y éticas. Si en El estudiante el cineasta argentino ya descubría, en el marco de unas elecciones universitarias, los hilos que mueven la política y los dilemas que implican las relaciones de poder, aquí se desplaza a una escuela rural marginal para abordar cuestiones similares con mayor profundidad si cabe, hasta el punto de poner en crisis el posicionamiento del espectador ante la inusual reacción de la protagonista tras sufrir una violación.

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El comportamiento de la Paulina de Santiago Mitre no deja indiferente a nadie

Además de ser una relectura en clave redentora del subgénero rape & revenge (en acertadas palabras de Eulàlia Iglesias), la película sabe contrastar puntos de vista con rigor (impagable la discusión entre padre e hija en el plano secuencia inaugural) y, sin excesiva palabrería, evidencia que el compromiso político y la lucha por la justicia están en nuestras manos, en nuestras decisiones cotidianas. Y es que, después de todo, Paulina (que en Argentina se estrenará con el título La patota, ya que es un remake del filme con el mismo título de Daniel Tinayre) plantea varias cuestiones morales que nos implican a todos: ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para transformar la sociedad? ¿En qué momento nuestros discursos progresistas se vuelven hipócritas a causa de nuestras acciones? ¿Somos capaces de respetar la libertad individual cuando esta no se ajusta a nuestra visión de las cosas? No hay respuestas fáciles, pero el compromiso radical del personaje de Fonzi pone el dedo en la llaga.

 

© Carles Matamoros, mayo 2015