Más allá de las montañas

Las canciones de nuestra vida *

 

Se ha especulado mucho con los significados ocultos que esconde la letra de Go West (ese himno que lanzaron los Village People en 1979 y que los Pet Shop Boys versionaron en 1993), pero seguramente el que mejor se ajusta a Más allá de las montañas (Shan he gu ren (Mountains May Depart), 2015) sea el que alude al deseo de abandonar los regímenes comunistas y viajar hacia Occidente (al Oeste) para empezar de cero. La nueva película de Jia Zhang-Ke arranca con esa canción, que escuchamos en una coreografía desatada de la profesora Tao (interpretada por la inconmensurable Zhao Tao) junto a sus estudiantes. Son tiempos felices, de juventud, en Fenyang, la localidad natal del cineasta chino, y la llegada inminente de 1999 parece de lo más prometedora para Tao y sus dos amigos: Zhang (Zhang Yi), un capitalista emergente, y Liangzi (Liang Jin Dong), un trabajador en la minería. Los tres serán los vértices del delicioso triángulo amoroso que Jia filmará en el primer (y mejor) de los tres fragmentos temporales que constituyen su película, que, tras las correspondientes elipsis, seguirá en Fenyang en 2014 y terminará en Australia en 2025.

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Zhang y Tao se divierten conduciendo cuando todavía son jóvenes

En esa etapa inicial ya intuiremos en Zhang la voluntad de partir hacia el extranjero para hacer fortuna, de “volar muy alto, decir adiós a todos los amigos y empezar una nueva vida”, como cantaban los Pet Shop Boys. Pero para ello tendrá que encontrar antes una compañera vital. Las disputas entre Zhang y Liangzi por el corazón de Tao estarán servidas y el cineasta chino, que se decanta en este bloque de 1999 por un formato cuadrado, convierte sus encuadres en un sofisticado juego de entradas y salidas laterales de los dos hombres, que lucharán por formar parte del plano y compartirlo con Tao. La cámara ya no podrá, pues, encuadrar a los tres amigos juntos y el fuera de campo ganará cada vez más presencia, hasta que se conforme una pareja y uno de los chicos quede al margen, en off. Durante ese fragmento, el director de Naturaleza muerta (2006) nos deleitará con algunas de sus célebres fugas narrativas, tales como la explosión de un avión en una carretera, las apariciones de un camión de carga de contenido inquietante o los extractos de lo que parece ser una manifestación masificada. Todo ello en un juego de texturas que combina los colores vivos, pintados en digital, con las imágenes borrosas, pixeladas, que emergen en secuencias como la de la discoteca, donde los cuerpos de Zhang, Liangzi y Tao bailan al son de la música electrónica hasta diluirse.

La música es, al fin y al cabo, esencial en Más allá de las montañas tanto para expresar el sentir de los personajes como para enlazar pasado, presente y futuro. No solo Go West sonará hasta en tres momentos relevantes del relato, sino que Take care, una melancólica melodía de pop cantonés de Sally Yeh, será la canción que mantenga el vínculo de Tao con su juventud y con su hijo; una conexión que traspasará las fronteras de China y llegará hasta una Australia en la que los inmigrantes chinos han olvidado su lengua natal y se comunican en el inglés de la Globalización. Si las melodías viajan, también lo hacen los personajes y Jia se toma la libertad de seguirlos, abandonarlos o recuperarlos según convenga. Es más, la película funciona como una narración por relevos, en la que el protagonismo es cambiante en cada capítulo y en la que no se busca atar todos los cabos, pues el cineasta chino privilegia una estructura expansiva sobre una concentrada. Al fin y al cabo, los formatos de imagen de Más allá de las montañas también aumentan (de los 4:3 del primer bloque al scope del tercero) en lo que parece ser una constatación visual del desarrollo global de China entre 1999 y 2025; un crecimiento que, al parecer de Jia, está marcado por una pérdida progresiva de singularidad.

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Los lazos entre personajes de Jia están ligados a la música

Aunque la película pierde un poco el rumbo en su tercer capítulo futurista y peca de tener un discurso ideológico un tanto tibio, no cabe duda de que estamos ante una obra apasionante en su imperfección; una exhibición de las capacidades narrativas de Jia que, siguiendo la vía de su anterior Un toque de violencia (2013) (aunque sin tanta ferocidad y con mucha más emoción), parece haberse convertido ya en un cineasta más frontal, más directo, que ha dejado atrás la etapa contemplativa que le hizo célebre con obras maestras como The World (2004) o la citada Naturaleza muerta. Nuevos tiempos, nuevas formas.

 

© Carles Matamoros, mayo 2015

 

* Esta crítica se publicó originalmente en el marco de nuestra cobertura del Festival de Cannes 2015.