Cannes 2015: Garrel, Kawase, Allen y Lanthimos

Variaciones autorales

 
Si alguna ventaja tiene la tendencia cannoise de programar una y otra vez a los mismos cineastas (hasta el punto de priorizar, en algunos casos, la fidelidad a ciertos autores por encima de la calidad de sus nuevos trabajos), es la oportunidad de comparar sus filmografías a lo largo de los años y vislumbrar quiénes han sabido reinventarse y quiénes han caído ya en el estancamiento. En el segundo grupo cabría situar a Naomi Kawase, que tras competir en 2014 con la irregular Aguas tranquilas ha inaugurado la sección paralela Un certain regard con la todavía más discreta An. No hay lugar aquí para algunos de los rasgos que la directora japonesa ha imprimido a sus mejores trabajos (la sutileza al filmar la presencia de la ausencia, el acercamiento visceral a lo íntimo, el contagio de la experiencia personal en la ficción) y sí para una historia mínima (la relación filial entre el propietario cuarentón de un pequeño puesto de comida y una anciana enferma de lepra que le descubre una receta infalible para preparar dorayakis) tan descuidada en lo formal como demasiado obvia y redundante en su desarrollo. Cierto es que Kawase todavía es capaz de atrapar el sentir de la Naturaleza en el viento, los halos de luz, el fluir del agua o las hojas de los árboles (que registra con una mirada documental y una fotografía granulada tan bella como en sus obras mayores), pero su relato redentor-panteísta nunca acaba de despegar al verse lastrado por una simbología evidente y por un uso constante de los subrayados.

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Los personajes de An (Naomi Kawase) contemplan los cerezos en flor

Si el discurso trascendente y tradicional tan propio de la cineasta nipona se nos antoja forzado en An, no ocurre lo mismo con la mirada cáustica, juguetona y apasionada de la crisis de una pareja (con las habituales infidelidades y frustraciones de por medio) que plasma Philippe Garrel en L’ombre des femmes. El nuevo filme del veterano maestro francés acentúa la línea luminosa apuntada ya en La jalousie (2013) y vuelve sobre los motivos que han constituido una obra marcada por la pasión, la tragedia, el arte y el desamor. Sin embargo, lejos de agotarse el método de Garrel parece beneficiarse de una cierta distensión, de una ligereza que alcanza también a la duración de sus largometrajes (en este caso, 73 minutos; en el anterior, 77 minutos), cuya aparente sencillez no está enemistada aquí con un certero cuestionamiento de la masculinidad clásica, con una construcción plagada de elipsis y con un optimismo que se percibe tanto en la clausura del relato como en la música risueña de Jean-Louis Aubert (con quien ya trabajó en La jalousie). Es probable que, como bien ha reconocido el propio cineasta francés, L’ombre des femmes carezca de la espontaneidad de la que hacían gala muchos de sus filmes más emblemáticos y que el guión (en el que ha intervenido el escritor Jean-Claude Carrière) privilegie la narrativa a todo lo demás, pero esa mayor accesibilidad, esa mayor transparencia, nos permite descubrir a un Garrel capaz de manejar los tempos de una comedia dramática, que bien puede hacernos pensar en un Woody Allen primerizo o en un Hong Sang-soo de su última etapa austera y carente de gravedad.

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La pareja protagonista de lo último de Philippe Garrel

Si la sensación ante cada cada nueva película de Garrel es similar a la de reencontrarse con tu pareja tras un tiempo en la distancia y descubrir que todo sigue felizmente igual, pero que, al mismo tiempo, todavía hay aspectos en su universo por descubrir, detalles en los que reparar y gestos que observar; en el caso de la cita anual con Allen las expectativas se han ido rebajando con el correr de los años y uno ya no espera nada nuevo, si acaso recordar tiempos mejores y sonreír con una broma contada mil veces antes. Aun con todo, las pequeñas variaciones que introduce el cineasta neoyorquino en cada uno de sus filmes dan lugar, en ocasiones, a ciertas sorpresas que hacen de la velada una experiencia gratificante. Pienso, por ejemplo, en los viajes en el tiempo de Medianoche en París (2011), en esa azarosa pelota de tenis de Match Point (2005) o en esa ligereza tan propia de las comedias de Sturges y Lubitsch que ilumina Magia a la luz de la luna (2014). Su último trabajo, Irrational Man, parece ser un híbrido de las dos últimas películas aquí citadas y funciona como una suerte de cuento moral distendido, que conserva la negrura pero huye de la gravedad. Sin ser una obra extraordinaria ni tampoco novedosa en la carrera de Allen, tiene el valor de la precisión, de la progresión ascendente (tras un arranque muy complaciente) y de la audacia en su resolución. Si a ello le añadimos la vis cómica de Emma Stone, podemos hablar de un triunfo.

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Una estudiante (Stone) se enamora de su profesor (Phoenix) en Irrational Man (Woody Allen)

El sentido del humor del director de Annie Hall (1977) poco tiene que ver con el del realizador griego Giorgos Lanthimos, que con tan solo tres películas —Kinetta (2005), Canino (2009) y Alps (2011)— ha perfilado ya unos motivos autorales muy reconocibles. Entre ellos se encuentra un humor cortante, negro y absurdo que vuelve a aparecer en The Lobster; su nuevo largometraje. El planteamiento del relato nos sitúa en un universo distópico muy parecido al nuestro en el que ser soltero es una condena y encontrar pareja una obligación. Tanto es así que si uno permanece libre de ataduras sentimentales termina encerrado en un hotel de reinserción, donde dispone de un tiempo limitado para dar con su media naranja si no quiere convertirse (sic) en un animal. El protagonista del filme, que corre el riesgo de metamorfosearse en una langosta, nos guiará en un recorrido que se mueve entre lo delirante y lo aterrador, pero que a su vez es muy lúcido. Al fin y al cabo, Lanthimos no hace más que hiperbolizar las miserias y frustraciones de toda relación sentimental contemporánea (y del proceso de buscar pareja, donde se perciben los ecos de los calculados encuentros entre almas gemelas que proporcionan aplicaciones como Tinder o Meetic) para evidenciar hasta qué punto las convenciones sociales condicionan nuestro comportamiento diario.

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Tres de los solteros atrapados en el hotel de The Lobster (Giorgos Lanthimos)

Lo llamativo es que, por una vez, el cineasta griego abandona la misantropía y la crueldad que se filtraban en sus anteriores trabajos y convierte el último bloque de The Lobster en una historia de amor idealizada y apasionada en el bosque que trasciende las extravagancias del relato para convertirse en una reivindicación de la libertad individual (y en pareja). Ni que decir tiene que esta variación tonal y temática de Lanthimos abre su cine a nuevas posibilidades muy estimulantes.

© Carles Matamoros, mayo 2015