ärtico

Una historia sin historia

 

“Hay pequeñas películas que contienen un gran mundo y Sud Express es una de ellas. (…) Porque, ciertamente, a este Sud Express (C. de la Peña, G. Velázquez, 2005) le falta encarrilamiento, orientación, y le sobran algunas vías muertas. Y, sin embargo, luce una potencia asombrosa en algunas de sus imágenes. Es una potencia discreta, humilde, la potencia de la cotidianeidad captada por una cámara sincera; pero es real”.

Así me posicioné hace unos años respecto al primer largo de Gabriel Velázquez en un texto que trataba de llamar la atención sobre un autor de mirada muy personal. Proyecto compartido con Chema de la Peña, Sud Express partía de una estructura de vidas cruzadas —entre unos personajes que se desplazaban, en uno u otro sentido, entre Francia, España y Portugal— para hurgar mediante la ficción en la realidad. Los cineastas suturaban documento y trama para captar mejor lo cotidiano de un modo que, pese a algunos lastres, resultaba muy destacable. No sé si en aquel entonces tuve éxito mi reivindicación; pero, a la vista de la situación de ärtico (2014), creo que mi artículo y el de otros compañeros no tuvo suficiente eco. Ha transcurrido casi una década entera —en la que Velázquez ha dirigido dos películas en solitario (Amateurs en 2008 e Iceberg en 2011)— y nos encontramos con una situación peor.

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Parece que al director salmantino le gusta jugar con los enigmas y lo críptico para llevarnos a lo real. Si bien en la citada Sud Express recurría a un naturalismo narrativo, ya en Iceberg se mostró realmente hermético, hasta el punto de comentar que el título de su película aludía a que solo nos presentaba una mínima parte de todo lo que sucedía en torno a sus personajes. Se trataba, en aquel caso, de tres chicos y una chica, adolescentes todos ellos, de quienes veíamos una parte de sus cuitas sin que se nos explicara en absoluto sus motivaciones, su contexto inmediato, su punto de partida o, incluso, su destino. Velázquez planteaba en aquella ocasión un doble salto mortal. Por un lado, realizar una cinta en esas condiciones, prácticamente sin diálogos audibles, forzando al espectador a imaginar, a visualizar, el contenido y la forma de la metafórica masa de hielo oculta; un volumen de ideas, hechos, sucesos, lugares, de imágenes, en definitiva, que él optaba por no mostrar. Por otro, asumir el riesgo formal de priorizar el trabajo de sonido e imagen sobre la trama o el ideario. Todo ello con la intención de generar un conjunto de sensaciones que conformaban el auténtico corpus de la película.

Iceberg arranca con las imágenes difusas de un paisaje tomadas de un auto en marcha que se estrellará en off con la pantalla en negro, para continuar con la errancia de un adolescente perdido que encuentra (¿lo buscaba?) un anillo en la escena del accidente. La posterior pérdida de dicho objeto, que le será arrebatado por un perro, dará lugar a una espera para recuperarlo. Ambos sucesos no tienen contextualización alguna, pero Velázquez busca la sonoridad, la textura, la sensación de desazón del joven a través de los sonidos de sus pasos por el agua, del sonido del agua misma, de los sonidos del perro… De modo parecido, filma a los dos delincuentes, descubriendo una parte del iceberg donde les vemos masacrando, brutalmente, peces o rompiendo objetos. Algo así sucede también al mostrarnos la joven alumna de un colegio probablemente religioso que se cree embarazada y que, con alas de ángel, flirtea con la idea del suicidio. El director salmantino recurre a escenarios rurales y periféricos de la capital castellana para (des)ubicar sus personajes y poner en imágenes las pocas piezas de un puzle cuyo contorno global deberemos imaginar: soledad, marginalidad, adolescencia en peligro…

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El hermetismo de Iceberg permitía augurar una recepción limitada de nuevos proyectos; sin embargo, su posterior trabajo, ärtico, no merecía un aislamiento, un vacío como el padecido por Velázquez a nivel de distribución y de recepción crítica (aunque el filme se estrenase casi de tapadillo por exhibidores valientes, todo hay que decirlo). Los críticos / comentaristas de cine / cinéfilos deberíamos flagelarnos en ocasiones. Nos encanta ser los primeros en descubrir joyas cinematográficas en los lugares más remotos y, sin embargo, cuando las tenemos al alcance de la mano, hacemos oídos sordos y miramos hacia otro lado. Tal vez las declaraciones del director salmantino, en las que consideraba su película como una actualización (difusa a mi parecer) del cine de quinquis de los setenta, despistaron a propios y extraños, pero lo cierto es que ärtico desarrolla con brillantez los temas y personajes ya apuntados en Iceberg.

Situando el río Tormes y las zonas fluviales como epicentro vital del relato, el cineasta reelabora y dota de mayor sofisticación lo apuntado en su anterior obra. En ärtico reaparecen la escuela, el bar musical y la barraca junto al río. Pero, ahora, los embarazos adolescentes son reales y condenan a los jóvenes a la paternidad; el club es un punto de conflicto y las acciones delictivas son más graves y acarrean mayores repercusiones.Pese a la luminosidad de sus imágenes, la película es más oscura si cabe que Iceberg, ya que salvo por el final, voluntariamente abierto, no existe margen de esperanza para el espectador. Velázquez se abre, esta vez, al contexto antes oculto y, sin apriorismos ni moralina, nos invita a que reflexionemos sobre este. Recupera también a los dos delincuentes, a los que sitúa en un entorno familiar y social muy determinado, y reconfigura el personaje de la chica, que es madre soltera y víctima maltratada.

ärtico es una mirada al lumpen que en poco se parece a la de las películas de quinquis de José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia. A través de cuatro personajes (unos mejor descritos que otros), el filme nos mira y nos interroga acerca de la sociedad actual y sus miserias. En este aspecto, a pesar de la relevancia ambiental y argumental de los humedales, la trama podría haber sido rodada en cualquier capital de provincia española. Es una historia de desintegración social y familiar, una historia de gente condenada a la marginación, de jóvenes que nunca subirán al ascensor social. Es una historia de chicas a las que la propaganda sobre la interrupción voluntaria del embarazo les provoca, simplemente, desagrado y que no abortan porque sus parejas no se lo permiten. Es, en síntesis, una historia sin historia porque sus protagonistas viven y mueren en un tiempo congelado, aparentemente sin pasado ni futuro.

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Sin embargo, del mismo modo que reelabora contexto y argumento, Velázquez reelabora la propuesta formal que nos trajera en Iceberg. Más allá de la dureza de la historia, o precisamente por ello, el director busca la belleza, incluso allá donde no la hay. Tanto en la naturaleza como en los planos de las naves semiabandonadas, de las salas de espera vacías, de los jardines urbanos o de las manos que marcan un compás; un ritmo, que nunca deja de oírse. El cineasta capta, aquí sí, una Salamanca peculiar, alejada de monumentos y lugares comunes. Un entorno urbano anómalo que se suaviza mediante el contacto con una naturaleza salvaje en la que los personajes se esconden para curar sus heridas, su soledad. Y Velázquez, una vez más, trabaja los sonidos del agua y da protagonismo al río. Su película logra vincular, en esta ocasión, imágenes, luces y sombras con acción, sentimientos y sensaciones.

Aquello que define ärtico, tal vez a diferencia de Iceberg, no es su narración elíptica, sintética y eficaz, sino su singularidad. Por ello, en el contexto social en que nos movemos, precisamos muchas más obras de su fuerza. Necesitamos películas capaces de responder a un entorno tan convulso a nivel social y político como el español con la clarividencia que manifiesta Gabriel Velázquez en su nuevo filme.

 

© Antoni Peris, agosto 2014