‘See’, una aproximación a la 1ª temporada

Apuntes sobre un mundo-cuerda

“Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”.
Antiguo Testamento. Génesis. Capítulo 1. Versículo 2.

 

I. De principios

Después de los créditos iniciales de la serie See (Steven Knight, 2019– ) existen tres intertítulos que nos ofrecen el contexto de la historia. “Tras el brote de un virus letal en el siglo XXI, la población humana no supera los dos millones de personas.” “Aquellos que sobrevivieron quedaron ciegos.” “Ahora, siglos después, el concepto de la vista solo se concibe como un mito. Hablar de ello se considera una herejía.” Es un background textual, y aunque, por desgracia, la primera síntesis nos suene tan próxima, lo interesante viene antes. Planos generales de paisajes naturales, inquietantemente deshabitados. El choque de filos ha quedado urdido: lo que se puede leer frente a lo que se puede ver.

El telón se ha levantado, la génesis de la función es un amanecer, la concreción narrativa es contundente, nos encontramos en la aurora del relato. Antes de que el sol llegue a su cénit, sus primeros rayos salpican el escenario vaciado de presencia humana. Montaña, bosque y costa sin presencia de escribas, sin la huella del homo sapiens. Es más, el modo de andar encorvado y las reacciones de los herederos del holocausto vírico nos recuerdan más, en algunos momentos, a los movimientos de los neandertales.

La ceguera congénita de estos individuos, que se guarecen de sus peores pesadillas en Altamiras ignotas, en poblados escondidos bajo la niebla, les convierte en precavidos, en hombres y mujeres que han transformado su miedo en religión. Por tanto, en esta fábula que se supone futurista no seremos testigos de una evolución, sino de una involución o, mejor dicho, de una regresión a las cavernas. Sin embargo, ese punteado solar rozando los picos más altos en el arranque de See nos invita a la esperanza, al discurso galileiano “Eppur si muove!” escenificado en el primer ser vivo que aparecerá en pantalla. Sobre una tela de araña, el plano detalle de su constructora y única pobladora, tejiendo su laberinto, todo diégesis lo es, transformándose en maestra de ceremonias.

Pero hay algo que chirría en este prólogo. Si la historia de See es una de acción, o por lo menos así nos lo han querido vender y pronto seremos testigos de los fuegos artificiales, a qué se debe este tiempo suspendido, a qué esta retahíla de naturalezas muertas, qué hemos estado haciendo hasta ahora. Simplemente aquello que les está negado a la mayoría de los actantes de la diégesis: ver, observar, contemplar. La primera temporada de la serie de Steven Knight comienza con toda una declaración de principios.

Aldea de Alkenny, en la frontera del Reino de Payan. Unos jadeos inquietan desde la oscuridad del fundido del negro. Estamos en el interior de una caverna, unos témpanos de hielo en primer plano, adheridos a una cuerda que se agita trémula, se van deshaciendo a cada nueva agitación. Una sombra torpe, desenfocada al fondo, se aproxima precavida.

Paris (Alfre Woodard) se acerca a una parturienta exclamando que “tranquila”, pues “la llama de dios está alzándose”. Si no fuese por cómo se expresan los personajes en esta secuencia de arranque, podría parecer que estamos anclados a un pasado remoto, casi prehistórico, y es que la Historia en See ha sido dinamitada por los aires, siendo muy difícil seguir su orden cronológico. El pasado y el futuro ya ni tan siquiera se plantean, pues no importan. Solo existe un presente incierto y lleno de amenazas al que poder agarrarse, como lo hace Paris, caminando decidida mientras se sujeta de la mencionada cuerda al inicio de la ficción. Del mismo modo actuarán todos los personajes invidentes cuando se aproximen a cualquier superficie, acompañados de recelo ante cualquier sensación novedosa, ya que les va la vida en ello.

Paris llega a donde está Maghra (Hera Hilmar) y le dice que “cantará a su niño a este mundo.” Otro ejemplo de fidelidad descriptiva: el nacimiento como inicio fundacional no solo de un personaje sino de su recorrido, de su relato. Detectamos, por tanto, un segundo ejercicio de literalidad narrativa, pero esta reincidencia tiene su lógica interna: Maghra no dará a luz a un niño sino a dos. La forma se alía con el fondo, la historia puede iniciarse porque sus herramientas pueden hacerlo. Su cómo, su enfoque, está germinando al mismo tiempo que el parto. Maghra parece estar concentrada en parir, pero oye el ruido de unas cuerdas tensándose, siendo golpeadas. Se trata de “las sogas de combate”, tal y como ella las llama, e inmediatamente pregunta por su marido, Baba Voss (Jason Momoa). Mientras el cuerpo de esta mujer embarazada se retuerce al romper aguas, Paris la informa de que su esposo está ocupado defendiendo la aldea de extranjeros a caballo y con la ayuda de perros. De este modo, se escenifica la tensión in crescendo en el interior de esa cueva, que se expande al exterior.

El espectador tendrá que salir fuera para experimentar ese nervio invadiendo Alkenny. Baba Voss comanda a su gente, al mismo tiempo que van recogiendo sus armas y las van golpeando sobre las cuerdas, por encima de sus cabezas, hasta formalizarse un plano general cenital del diseño de la aldea. En este, las cuerdas unidas a cada choza conforman un entramado arquitectónico que nos recuerda a la tela de araña inicial.

Solo desde un posible ojo de dios somos capaces de mirar; solo el lector de imágenes, apoyándose en la perspectiva, puede confeccionar la idea; solo la técnica formal puede dar a luz a una realidad. Los habitantes de Alkenny ya no son seres humanos, ni siquiera llegan al estatus de personajes. Son una combinación de ambos conceptos (vida y relato), son sombras platónicas reforzando su caverna a la misma velocidad que la van construyendo narrativamente.

No existe mejor manera de contar algo que manteniendo la atención de quien te escucha desde el principio. See lo hace a la perfección en las primeras imágenes antes aludidas de su primer capítulo (La llama de dios / Godflame). La historia arranca in media res y quizá no exista mejor manera de narrar que la del propio sacrificio, aquella donde el relato se destruye. Partimos de un mundo aniquilado cuyos supervivientes nacen ciegos, un mundo que ha relegado el concepto de visión a leyenda, hasta el punto que hablar de ello se considera tabú. Los buscadores de brujería, comandados por su general Tamacti Jun (Christian Camargo), serán ese ejército de foráneos que se apelotona al pie de la montaña que ha servido de protección al clan, y que ahora será escenario bélico o, lo que es lo mismo, se convertirá en pasto de las llamas. Pero también tenemos que ser conscientes de una cosa, todo borrado conlleva un reseteo implícito, un renacimiento desde sus cenizas. Habrá que partir de los mismos, habrá que ir a donde se fraguan, habrá que ir como dice Baba Voss “¡A la guerra!”.

II. De palabras peripatéticas

La forma en la que Baba Voss se dirige a su vanguardia de rastreadores olorosos al comienzo de la batalla nos permite vislumbrar un imaginario poderoso para poder pasearse por él. La peripecia de sus palabras es su evocación, un eco que oímos mientras somos testigos de la descripción visual y que nos ayuda a potenciar el mundo ficcional. Por tanto, recreamos ese universo y le otorgamos una mayor consistencia.

Toda la primera temporada de la serie está poblada de una gramática nueva y vieja al mismo tiempo, una que se conjuga con palabras periclitadas y novedosas, que otorgan una sutil riqueza a un mundo inventado. La carga de profundidad narrativa es semejante al tamaño de un Tolkien y su lengua de la Tierra Media o al idioma Kinglon del universo Trekkie, por citar un par de ejemplos metanarrativos.

En su versión original, a esos rastreadores se les llama “Scentiers”, por lo que la traducción por “Husmeadores” al castellano no está mal traída. La palabra surge del término inglés scent, que puede aludir al “olor”, al “perfume” o al “rastro” de los animales. Pero lo que es inconcebible en el doblaje español es lo siguiente, ya que se dice “¡Oler el viento!”, siguiendo con la familia léxica de su significado original. ¡Qué parquedad significativa! La literalidad regresa a este comentario para poder denunciarla esta vez e invitar a todo el mundo a ver See en su versión idiomática genuina. Dentro de sus límites, lo que Baba Voss dirá realmente es “Dream the wind!”. Al oírle se produce en el espectador ese eco significante del que hablábamos antes; un torrente de símiles, una corriente metafórica que barre cualquier linealidad traductora, pero también el empleo de esas palabras se erige en verdad gramatical, en realidad imaginada.

Los Husmeadores son capaces de ver, o mejor dicho, de (pre)ver. Agudizando otros sentidos, el del oído pero también el del olor, llegan a observar al enemigo. Durante la odisea de Baba Voss y su familia en la que huyen de las garras de Tamacti Jun, seremos testigos de cómo la visión, o su concepto, se pone en entredicho alcanzando lo inmaterial, habitando una condición animista más que física, hasta el punto que aquellos que están ciegos pueden salvar la vida de aquellos que supuestamente pueden ver.

Cargados con esa valiosa información, Baba Voss y su clan combatirán a los buscadores de brujería en una set piece maravillosa, que nos retrotrae a otra fábula fílmica con la que See parece compartir igual ecosistema y estrategia, La guerra del planeta de los simios (War for the Planet of The Apes, Matt Reeves, 2017, USA). Mediante un montaje funcional, que conjuga los momentos rítmicos con los atonales, la secuencia de acción se vuelve si acaso más poderosa.

El exterior, sobre el muro defensivo, contra el interior, la cueva donde Maghra está pariendo. Las multitudes matándose frente a la soledad de la mujer, sosteniéndose en esas cuerdas, ayudando a dar vida frente a la muerte que parece rodearla. En esencia, no estamos muy lejos del eros y el tánatos freudianos hermanados. Del cordón umbilical, a la izquierda, ligeramente posicionado en vertical del primer plano, a la cuerda horizontal al cuello de Baba Voss, que busca sustraerle su vida, en el centro del segundo. Pero el relato no ha hecho más que empezar, necesita de sus agentes dramáticos. A medida que se desarrolla la batalla iremos conociendo interesantes apuntes narrativos en un equilibrio entre el parloteo explicativo de los personajes y el dinamismo de la acción.

La pista a seguir no es Alkanny y sus habitantes sino Maghra y su encuentro con un extraño, Jerlamarel (Joshua Henry), cuya sombra irá deslizándose a lo largo de los ocho capítulos de la primera temporada, a veces emergiendo a la luz (episodios dos y ocho) y otras, como mero fantasma (el resto de capítulos). Un actante en off, pero también en on, en cuadro pero fuera del mismo, cuya importancia está por encima del bien y del mal. Un personaje por el cual todo el reparto de See irá pivotando, que es al mismo tiempo secundario y protagónico, héroe y villano, salvador y verdugo. Jerlamarel es, entre otras cosas, el padre de los gemelos Haniwa (Nesta Cooper) y Kofun (Archie Madekwe) y al igual que ellos tiene una capacidad muy deseada: la de poder ver. La senda está construida y el primer obstáculo físico al que habrá que enfrentarse no será el ejército de Tamacti Jun, sino cruzar un puente, un salto de fe.


III. De miradas residuales

Un mundo es ciego porque sus habitantes no pueden ejercer su visión o porque no existe absolutamente nada. En este último caso, ni siquiera estaríamos hablando de algo material: no habría posibilidad de un universo sino de su vacío. No es el caso de See, como hemos comprobado en su génesis. El mundo ofrece posibilidades a aquellos que se quieran adentrar en él. Jerlamarel lo sabe y sus descendientes también. Ahora bien, lo interesante es qué pasa con el resto de la población, esa mayoría invidente. Algo muy sencillo, comparten el mismo espacio pero se rigen por diferentes normas. Sería una hipocresía refutar el sentido de la vista por su mero hecho de no poder testarlo, cuando empíricamente existen muchas formas de aproximarse a él, tan válidas como un universo táctil, tan verosímiles como uno oloroso. Sabemos, por ejemplo, que un recién nacido por lo general tiene poca visión y escasa habilidad para enfocar a distancia. Tampoco se sabe con certeza si en sus primeras semanas los bebés pueden ver en color, pero es probable que no noten diferencias entre colores hasta los dos o tres meses de vida. Por lo tanto, los seres humanos no vemos inmediatamente como un adulto, ni siquiera como un niño de un año, necesitamos de una adaptación paulatina. Se nos presentan formas, colores y poco más, por lo que se podría decir, osadamente, que nacemos ciegos o careciendo, parcialmente, de visión. Con esa idea en mente tenemos que aproximarnos a la mayoría de los actantes de See.

El relato equipara la mirada residual de los invidentes con la mirada de quienes gozan de visión completa. Una no es mejor que la otra, se pueden compenetrar si se quiere llegar a una alianza para sobrevivir, y no existe mejor manera de escenificar esa unión que la secuencia donde Baba Voss regresa a por sus hijos adoptivos al territorio de Jerlamarel, en el octavo episodio, Casa de la revelación (House of Enlightenment).

A punto de perder la vida, Kofun es salvado por alguien. Se produce el primer contacto visual fuera de campo. El contraplano será el encuadre donde aparecen los dos personajes. Kofun va alzando su rostro, tímidamente, para ver a Baba Voss. Su salvador también lo mirará pero a su manera, acercándose, tensado con su espada, al rostro de su hijo invadiendo el escorzo derecho del plano. El siguiente encuadre es una realidad plena. Los dos, juntos otra vez, se enfrentarán al enemigo como uno solo.

El tercer plano será la continuación espacial de su antecesor. Al grito direccional de Kofun, Baba Voss amagará a su primer atacante y eliminará al segundo fuera de campo, para regresar después y acabar con el primero en una coreografía vibrante de una exactitud casi matemática de compañerismo. En el siguiente plano, veremos un cambio en la estrategia, la iniciativa la toma Kofun y Baba Voss solamente le seguirá. Tiene toda su lógica, ya que están adentrándose en los límites de Jerlamarel. Baba Voss deja, pues, a un lado su autoridad para delegársela a su compañero, ya que estamos penetrando en el territorio visual de Kofun. Este pacto de supervivencia ha nacido de una mirada residual, que ya se intuía en el primer plano narrado. Es más, se podría dibujar una línea imaginaria ligeramente inclinada entre los ojos de Kofun y los de Baba Voss. También, de alguna manera, los cruces de miradas nos sugieren esa conexión, como si fueran cuerdas construidas para poder subsistir.

En el plano superior, que corresponde a Sangre fresca (Fresh Blood), el capítulo tercero, se puede ver en el lado izquierdo del encuadre, desenfocado, un arco tensando una flecha. Se trata del arma de Haniwa, que apunta a sus vecinos y cuestiona la figura de dios hablando con su hermano. Otra línea imaginaria se podría trazar hacia el centro del plano, una que uniese la punta desenfocada, la muerte preeminente, y la víctima enfocada, inconsciente de su destino. El suspense tardará poco en ser eliminado, Haniwa bajará el arco rápidamente.

En el capítulo cuarto, El río (The River), volveremos a ser testigos de más cuerdas físicas e imaginarias, construidas en cruces de miradas residuales, en este caso de Haniwa increpando a su padre adoptivo. La tensión se mide en el centro del plano, la disputa se juega en cómo su puño agarra la cuerda del bote, inversamente proporcional a cómo ella junta sus labios y carga la furia en sus ojos, lanzándola a bocajarro contra Baba Voss.

O en este otro momento del mismo capítulo, donde aquel que puede ver, Kofun, es borrado o, mejor dicho, desfocalizado del encuadre, pero al mismo tiempo, y debido a su posición central, permanece solamente como un contorno desenfocado. Como si lo que hablasen Paris y Maghra fuera algo que no pudiese definir, que no pudiese comprender, algo ajeno a él. Se diría que el acercamiento entre ambas mujeres se transforma en comunicación subterránea para el héroe: no puede intuir esa línea imaginaria entre las dos, no puede tensar la cuerda que no ve. Pero como hemos dicho, esas miradas también otorgan un poder especial, una clarividencia demoledora que podrá ayudar a superar los obstáculos de la odisea.

Quedémonos con esta imagen, que corresponde al capítulo séptimo, La senda de lavanda (The Lavander Road). En su último desafío, Kofun y Haniwa serán salvados de morir asaeteados en este desfiladero, cuando una testaruda Haniwa piensa que Baba Voss está equivocado en lo referente a la existencia de enemigos en su interior.

O cuando crean Kofun y Haniwa, en Sangre fresca, que su madre no se dará cuenta de su presencia a su espalda. Le bastará un ligero movimiento para alertarla.

O en el capítulo quinto, Plástico (Plastic), cuando Baba Voss solamente tenga que agudizar su oído para ver de qué están hablando Kofun y Haniwa.
Una (re)colección de planos, encuadres, rostros que representan una miríada de posibilidades más allá del propio sentido de la vista. Más allá de ver existen otras formas de capturar la realidad y otorgarle el mismo valor o quizá otro nuevo.

IV. De conexiones

Si hemos diseñado unas líneas imaginarias a modo de cuerdas que unen dos puntos, habría que hablar, precisamente, de ciertas conexiones. ¿Qué es lo que unen? ¿Qué conecta un extremo de la línea/cuerda con el otro? Se podría hablar de lugares, de momentos, de personajes,… See no deja de tener una concepción lúdica en su narrativa, de alguna manera nos está invitando a jugar, a seguir un periplo con una casilla de salida y una de meta fácilmente visibles. El desafío consiste en (sobre)vivir a la experiencia. Lo refleja muy bien el plano de los habitantes de Alkenny en el que son perseguidos por Tamatic Jun en el primer capítulo. Los personajes caminan recelosos por el puente, apoyándose sobre su estructura de madera sostenida por unas cuerdas, como si a cada paso dado fuesen conquistando una nueva localización, ganando terreno sobre un mapa ignoto y, no tenemos que olvidarlo, tabú.

La senda escogida por Baba Voss y su familia es una prohibida, castigada con la muerte por los buscadores de hechicería. Los miembros de su grupo, capitaneado anímicamente por Paris, están decididos a luchar por un cambio, cuyas consecuencias no pueden sopesarlas en toda su magnitud, ya que el recorrido es contra algo mucho mayor de lo que piensan. Enfrente tienen, ni más ni menos, que a los dioses y, por tanto, su intento se torna, como hemos dicho, herético, conectándolo con ciertas creencias de nuestro mundo.

Como nota bene, la manera en la que reza la reina Kane (Sylvia Hoeks) dista bastante de ser como la de los cristianos, pero podríamos llegar a conectarla con la filosofía mística de San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús. Al fin y al cabo, se nos muestra una comunión, un tanto carnal, con dios, aunque en See cabe advertir la transgresión que supone enlazar la petite mort con el éxtasis místico. Y es que la serie también puede llegar a ser un compendio físico y psíquico del mundo que escenifica, donde conoceremos cómo se relacionan sus habitantes, social y sexualmente, cómo se acercan y dialogan unos con otros, cómo sus rostros están a punto de florecer emocionalmente, cómo utilizan su propio cuerpo para significar —usando su piel como signo de lectura con sus diferentes y numerosos piercings— o cómo se reflejan los tipos de castigos que sufren aquellos que se atreven a ir más allá de las reglas. Todo ello revelado desde una cierta generalidad, pero siempre deteniéndose en los detalles.

Los objetos, por pequeños que sean, adquieren una gran importancia en el relato. Desde una caja de música que escucha la reina Kane hasta lo que oculta Maghra en una misteriosa y diminuta bolsa, todo está planificado para ser auscultado. La forma en cómo visten los personajes es significativa —el traje de harapos de la reina, por ejemplo, que es arrastrado por el oxidado suelo de sus dependencias— o el mero hecho de mostrar una espalda es poderosamente relevante, pues se configura un mapa de piel y huesos de su propietario para el que quiera adentrarse en él. Qué duda cabe que esos detalles allanan una mejor comunicación entre determinados momentos.

La trama también nos acerca a un cul-de-sac terrorífico, donde emerge el conservadurismo existencial de varios personajes, que parecen seguir aquel dicho de “mejor malo conocido que bueno por conocer.” ¿Valió la pena realizar el viaje? ¿De qué vale sacrificarse por algo o por alguien, si al final todo va a seguir siendo como siempre? Algunos actantes de See son conformistas, prefieren permanecer quietos antes de arriesgarse. Existe un momento arrebatadoramente político en el cuarto capítulo, El río, donde se debate el siguiente movimiento a seguir en la odisea y la democracia viene a socorrerlos haciéndolos votar una cosa o la otra.

Entre ese mismo capítulo, El río, y el octavo, Casa de revelación, entre la reina Kane y Kofun, se puede dibujar otra línea imaginaria, que conecta ambos espacios de sendos personajes como si fuesen solamente uno, uniendo sus propósitos nihilistas. En el primer caso, vemos los mecanismos de una presa hidráulica; en el segundo, la torre de un alto horno. Mientras la mente desequilibrada de Kane solamente busca un amor no correspondido, el de Jerlamarel; las acciones de Kofun responden a una venganza sobre ese mismo personaje. Al perder la esperanza de encontrar a Jerlamarel, la reina no tendrá ninguna razón para estar más tiempo sentada en el trono de Kanzua Dam, donde las conspiraciones la están cercando, y decide acabar con todo: no solo destruye el palacio, sino todo lo que se encuentra a su alrededor, incluida la ciudad con sus habitantes. La ira conduce a Kofun a desacelerar el ritmo del carbón que alimenta de luz y calor la prisión/bastión de Jerlamarel, lo que aboca a este a una oscuridad de la cual se aprovechará Baba Voss en su lucha contra él. Y será en ese enfrentamiento donde comprobaremos otra contundente conexión, esta vez entre el capítulo segundo, Mensaje en una botella (Message in the Bottle) y el octavo, Casa de revelación.

Se podría decir que el paradigma temático de la primera temporada de See es, precisamente, ese combate prometeico entre Baba Voss y Jerlamarel. En apariencia, este último juega con ventaja frente al resto de los actantes por poseer el sentido de la vista, pero dicha idea se tornará en mero espejismo al final de Casa de revelación. En el encuadre que hemos elegido de Mensaje en una botella, Jerlamarel salva a Baba Voss del ataque de un oso disparándole una flecha. Jerlamarel se encuentra en contrapicado, lo que refuerza su autoridad y su poder, frente a la posición picada de Baba Voss, que parece estar acatando su mandato. De hecho, parte de su misión, el destino final de su odisea, es cumplir con la orden de Jerlamarel: reunir a sus hijos biológicos con él. La ironía se escenifica en el segundo plano seleccionado perteneciente a Casa de revelación, que plasma el momento en el que Baba Voss, henchido de odio, desvela su última estrategia: cegar al propio Jerlamarel diciéndole que “tú hiciste lo mismo con mis hijos”. Prometeo se ha revelado y esta vez no ha hecho falta que muriese, que se sacrificarse, aunque sus vástagos hayan pagado su hibris. Un cliffhanger en toda regla, donde Haniwa será secuestrada y Kofun será testigo de la violencia.

Ya nadie será igual después de este viaje, uno que es más un desplazamiento vital, un aprendizaje, que un movimiento físico. En algunos casos, servirá para que el pretérito salga a relucir —el pasado de Baba Voss como esclavista o el de la propia Maghra y su relación con la Casa Kane— o, en otros, se producirá nuestra pérdida de confianza en algunos personajes cuando desvelen sus verdaderas intenciones. Conexiones elaboradas alrededor de cuerdas imaginarias pero también, como hemos visto en los numerosos planos que conforman este texto, físicas, reales. En aquella tela de araña del origen de See, el insecto parece haber ido tejiendo una geografía lentamente con el paso de los capítulos, dándonos la impresión de que estamos ante un mundo nuevo y viejo al mismo tiempo, haciéndonos conscientes de que solo existen la destrucción y la recreación.

El cielo encapotado del plano final de la primera temporada de See nos remite inevitablemente a los rayos de sol con los que empezaba el relato. Las nubes anuncian ahora tormenta, pero en la lejanía se pueden vislumbrar una serie de claros que sugieren una cierta esperanza. El fondo del encuadre, el más allá, se nos presenta como un destino infinito tras la violencia entre seres humanos que hemos podido contemplar a lo largo de los episodios. Se nos sugiere, pues, la posibilidad de una nueva bifurcación en el recorrido de los tres supervivientes del viaje.

V. Al otro lado

Durante todo nuestro análisis hemos advertido de la presencia recurrente de cuerdas en numerosos encuadres; unos objetos que nos permiten observar la propia elaboración de la diégesis y que nos invitan a trazar conexiones que dan sentido a la narración. Pero aún nos hace falta mirar un poco más en profundidad y el aludido último plano de la primera temporada de See nos interpela a hacerlo. Es más, tenemos que prepararnos para cruzar el espejo carrolliano para poder adentrarnos al otro lado y comprobar de qué está hecho realmente el relato que nos plantea esta ficción serial.

De trozos de otros, de retazos, de referencias, de más cuerdas extendidas como si ayudaran a conformar la hipótesis científica, bien conocida por todos, de la Teoría de cuerdas. Tendríamos que retroceder hasta llegar al capítulo tercero, Sangre fresca, para resolver el misterio. Allí, Tamacti Jun regresa a Kanzua Dam para informar a su reina, y de paso, le lleva como regalo una caja de música en la que puede escucharse Over the Rainbow. Esa será la primera pista a seguir en el mapa referencial de See, donde El mago de Oz (The Wizard Of Oz, Victor Fleming, 1939) será brújula indispensable.

Habrá que rastrear un poco más para llegar a ese camino de baldosas amarillas que es la senda de lavanda, que aparece en el capítulo séptimo. Igual que en el film de Fleming, esa será la clave que conduzca a los protagonistas de ambas ficciones a su destino final. En El mago de Oz será la Ciudad Esmeralda y en See el bastión de Jerlamarel. En ambas ficciones el color desestabiliza el propio relato que lo encierra, como disyuntiva. Si la realidad en blanco y negro de Kansas contrasta con la fantasía que brinda el Tecnicolor en Oz, en la serie de Steven Knight el tono púrpura será un trazo inesperado en un desolador mundo gélido dominado por lo monocromático.

La posibilidad de convertir See en una especie de reverso crudo del filme de Fleming cada vez va cobrando más fuerza. Si siguiéramos conectando ambas ficciones veríamos que el Mago que da título a la obra literaria en la que se basa la película —El maravilloso mago de Oz, de Lyman Frank Baum— es el propio Jerlamarel. Ambos no dejan de aprovecharse de su posición, se ven como dioses de los mundos que les han cobijado. De igual manera, cuando el telón caiga y se descubra la verdad, la farsa será la misma en sendas ficciones: desenmascarar al mago, desafiar al dios.

No podemos olvidar tampoco que el fuego juega un papel revelador en ambas obras. El mismo elemento posicionado en el centro de cada plano para hacer caer la máscara, para poder ver realmente. Porque, a su manera, tanto El mago de Oz como See nos cuentan la destrucción de una ilusión y su desencanto, la creación de la desilusión.


© José Amador Pérez Andújar, septiembre de 2021