Annette

La noche de Carax

Aunque solo fuera por el maravilloso plano secuencia que abre (¡y cierra, espérense a los créditos!) la película, merecería la pena perderse en el cine para ver Annette (2021), la nueva producción de Leos Carax. Pero además está la presencia subyugante del actor (y del hombre) Adam Driver. Por supuesto, entre ambos planos secuencia hay mucho cine, un absoluto desbordamiento, quizá sea ese el problema. Annette es una película con pretensión de ser grande, como el mundo del arte o de la imaginación al que rinde tributo, y es magnífica pero también fría pese a su intensidad y, como el cuerpo desmadejado de Annette, no termina de funcionar bien como un todo aunque sí lo hagan las distintas partes que la integran. Las partes se fugan en un exceso de duración o solipsismo; y ni siquiera la construcción de esa especie de oscuro y único espacio escénico que comprende toda la narración, y que sin duda es lo más notable de la función, es capaz de articular bien el conjunto.

Un plano del inicio de «Annette» con el cineasta, los músicos y los actores

Annette cuenta la historia de amor de Henry y Ann, un actor de stand-up comedy y una soprano. Ambos son jóvenes, bellos, tienen éxito y se aman. Son la pareja ideal, aunque pertenezcan a mundos distintos: a la cultura popular él, a la alta cultura ella. Se unen, tienen una hija, Annette (una niña tan peculiar como Pinocchio, aunque esto no altera en nada el hilo de la narración), él cae en desgracia… y todo se va al traste. En clave de musical y en un registro narrativo muy próximo al de la fábula tradicional, Carax construye un relato en torno al amor y su imposibilidad, amenazado por la envidia y la competitividad dentro de la propia pareja, por la violencia; donde la hija fruto de ese amor acaba resultando una víctima, y donde el mundo del arte y de la imaginación se revelan como lo único que, quizás, puede redimirnos de una realidad definitivamente trágica y oscura en la que dañamos o somos dañados sin remedio.

Los mundos escénicos opuestos de Henry (Driver) y Ann (Cotillard)

El film se desarrolla en una suerte de único espacio escénico que conecta el sofisticado teatro de la ópera de la costa Oeste donde actúa ella con el teatro de Broadway donde actúa él y la idílica casita en mitad de la floresta donde viven ambos. Casi sin transición se pasa de la vida real de los personajes a su representación sobre la escena y, en una vuelta de tuerca más, a la representación de su idilio para las cámaras de televisión. Una elección que no parece responder solo a la lógica propia del musical sino que busca dar cuenta de la proximidad o indistinción que para Carax, para el artista, hay entre el plano estético y el plano vital, entre la vida y la obra. Un único espacio cuyas cesuras son salvadas a través de la velocidad, del riesgo, a lomos de esa moto sobre la cual Henry McHenry-Adam Driver atraviesa la noche y trata de coser las distancias entre el ámbito de él y el ámbito de ella, entre realidad y ficción. Un único espacio que es también una especie de noche perpetua: la noche del cazador o del lobo, la noche del amor pero también de la muerte, la noche de la escena. Apenas hay alguna secuencia a plena luz del día.

Uno de los viajes nocturnos en moto del personaje encarnado por Driver

Esta propuesta escénica, ya lo he dicho, es magnífica y es lo más destacado del film desde un punto de vista cinematográfico, aunque no logre dotar de unidad y salvar el conjunto, a mi juicio fallido. Brillante es también toda la propuesta estética en la que se inscribe, el colorido, la música de los Sparks y, por supuesto, la interpretación de Driver, literalmente una bestia escénica. Pero quizá esa férrea voluntad de estilo de Carax, que pasa por encima de los personajes, de la narración o de cualquier otra consideración, es la que acaba lastrando el resultado, que al fin resulta artificioso.

La lectura más interesante y convincente que hasta ahora he encontrado de la película, y que comparto, es la que publicaba recientemente Àngel Quintana en su muro de Facebook (1), según la cual el film podría leerse como una catarsis personal que Carax construye para su hija, Nastia Golubeva, a la que dedica el film. Yo desconocía la historia personal de Carax, su relación con la actriz Yekaterina Golubeva, a la sazón madre de su hija y que terminó suicidándose y en la que no voy a entrar (lo explica Quintana muy bien), pero cuando vi la dedicatoria al final de la proyección pensé que bien podría tratarse de eso, de un intento de redención de Carax frente a su hija a través del cine.

Un momento del rodaje, donde aparecen Leos Carax y la niña Annette

De este modo, la dedicatoria no solo completaría el armazón narrativo, algo confuso pese a su esquematismo, sino que esa explicación redimiría también a Carax, por la vía de la autoficción, de haber consumado una historia de amor en la que los arquetipos masculino y femenino que se entregan son tan tradicionales como los que suelen recoger las fábulas con las que tan emparentada está la película, ya sea por la vía del registro operístico, la puesta en escena o la propuesta estética. Así lo pone de manifiesto la presencia de elementos tan simbólicos como la manzana roja que acompaña a la protagonista en sucesivas escenas y que remite tanto a Blancanieves como a Caperucita, la aparición de la silueta del lobo que se recorta en la noche o la muñeca articulada que encarna a Annette y que, más allá metaforizar su falta de autonomía y la expresión de los traumas y manipulaciones de los adultos, remite inevitablemente a Pinocchio.

Pero volviendo a los arquetipos, las figuras de Henry y Ann son las del lobo y Caperucita, la bella y la bestia, el hombre fuerte y violento y la mujer frágil. Aunque a este respecto varias críticas han leído el film como un cuestionamiento de la “masculinidad tóxica”, lo cierto es que, de nuevo, la trama nos entrega una pareja donde el sujeto activo es él, con toda su potencia creadora y destructora, sexual, y el sujeto pasivo, la víctima, es ella. La inversión de algunos atributos no hacen sino reforzar esa imagen: el cabello largo en él potencia su virilidad y su sexualidad, mientras el cabello corto en ella refuerza su carácter infantil. No participo de ninguna caza de brujas en defensa de una imagen empoderada de la mujer, pero sí me interesa señalar que, así como el film ofrece una revisión de elementos de la tradición, del musical al melodrama, en el caso de los arquetipos de los protagonistas del drama no ofrece ninguna novedad. Naturalmente, y aun sin apartarse registro de la fábula, eso es posible. En el terreno de la literatura, la gran Angela Carter revisitó las fábulas tradicionales infantiles y construyó nuevos arquetipos, en un ejercicio extraordinariamente creativo y, aquí sí, liberador.

Ann y la manzana roja

Acabó el film y sentí frío en la sala oscura. A pesar de Annette y las canciones, a pesar de las luces cálidas en globos de papel que disipaban la negrura de la noche.

© Eva Muñoz, septiembre de 2021

 


(1) El post de Àngel Quintana sobre Annette fue publicado en catalán el 23 de agosto a las 9:56 con un enlace a un videoclip de Carla Bruni dirigido por Carax. Este es el texto completo traducido al castellano: “Verano del descontrol 52. Cada vez me interesa más rastrear y averiguar cuáles pueden ser los extraños caminos que llevan a un creador a hacer una obra. Me interesan los juegos de espejos que se establecen entre vida y ficción y ver cuál puede ser el alcance de sus reflejos. Vuelvo a ver Annette de Leos Carax. Esta vez tengo la sensación de que este cuento trágico y triste sobre alguien condenado a no tener nadie para poder amar es una catarsis personal que Carax construye por su hija Nastia Golubeva. La película está dedicada a ella y Nastia aparece con su padre al inicio cuando este le muestra la posibilidad de entrar en los bosques y bambalinas de la representación. Para entender esta catarsis y tirar del hilo que nos lleva al nacimiento de Annette es necesario partir de la relación que Carax establece con la actriz rusa Yekaterina Golubeva, a la que conoce durante el rodaje de The House (1997) del lituano Sharunas Bartas, filme donde Carax como actor es uno de los protagonistas. Carax había sido el compañero de Juliette Binoche y Golubeva era una de las grandes promesas del cine ruso, casada con Sharunas Bartas. La historia de amor entre el director francés y la actriz rusa se concretó durante el rodaje de Pola X (1999) de Leos Carax, de la que Golubeva es intérprete junto con Guillaume Depardieu. Nastia Golubeva es hija de esta relación. En el año 2011, tras una buena carrera en Francia donde trabaja con Claire Denis y Bruno Dumont, Yekaterina entra en una depresión y se suicida. Marcado por el luto, Carax le dedica Holy Motors (2012) y construye la escena de amor / muerte que tiene lugar en el fantasmagórico espacio de La Samaritaine como un réquiem personal. El episodio en que Kylie Minogue canta Who Where We, antes de lanzarse de arriba de la terraza de los almacenes frente al Pont Neuf, es como el esbozo de todo lo que es Annette. Tras Holy Motors, los Sparks proponen a Carax un musical sobre una niña que ha perdido a su madre ambiciosa. Este lo rechaza porque considera que puede afectar a su propia hija, que en ese momento tiene nueve años. En 2017, cuando Nastia ya es adolescente retoma el proyecto —escrito enteramente por los Sparks— con el deseo de convertirlo en la representación de su drama personal. La historia de la cantante de ópera enamorada del actor de stand-up comedy es un juego de espejos hacia su propia vida, hasta el punto de que en toda la parte final Adam Driver toma físicamente el aspecto de Leos Carax. Parece como si al meterse en la piel del monstruo quisiera pedir perdón a su hija de su propia condición de padre. Annette estalla como una tragedia sobre el precio del éxito, los celos, la ambición, los abismos del deseo, la explotación infantil y la dificultad para controlar el mal. Una tragedia que busca sus raíces en la tradición operística para conformar una historia de desamor y desafecto. He vuelto a Annette con el deseo de contemplarla como la obra de alguien desesperado que busca la redención pero que, al mismo tiempo, sabe que esta no puede llegar nunca a hacerse realidad. Carax habla y cree en la importancia del destino trágico. Hoy, no quiero volver otra vez a la música de los Sparks sino a una canción más sencilla, la letra de la cual fue escrita por Leos Carax cuando estaba enamorado, creía en el amor pero tenía miedo del destino. El tema es Quel que tu m’a dit de Carla Bruni: “Me dicen que el destino se ríe de nosotros. Que no nos da nada pero que nos lo promete todo”, escribió Carax. El videoclip también fue filmado por el cineasta, en 2002.