Americana Film Fest 2017

Retrato(s) de América(na)

 

1. God Bless America

Amanece, otro día más. Abres el ojo, un rayo de luz se cuela insolente en tu pupila, casi desgarrándola… Buenos días, te dices, y sin demasiado convencimiento procedes a la procesión de cada mañana: deslizas tus pies acalorados en las zapatillas por remendar, te levantas y, tras una rápida visita al baño, te diriges a la cocina. Localizas la cafetera y la máquina del zumo con las que cada jornada preparas tu desayuno de cafeína y estrés, de vitaminas y grasas concentradas. Te dispones a iniciar la maquinaria una vez más, con su rutina cayendo sobre ti, con las nimiedades construyendo lo que es la vida. Tu vida.

Sin embargo, hoy no es otro día más, lo dice el calendario y lo dice la sociedad en la que vives. Hoy es un día destacado, especial, a celebrar por algo que no viviste pero que te incluye… Y a todos nos gusta sentirnos incluidos; o, mejor dicho, a nadie nos gusta sentirnos rechazados. Así pues, tras ese bocado matutino de rutina diaria, tocará ir a la tienda, comprar lo necesario y armar una fiesta para compartir con tus amigos, un conjunto de personas que, como tú, hoy rompen su rutina en pro de un pasado narrado generación tras generación, posiblemente exagerado, probablemente inventado… Es el 4 de julio, celebraremos la independencia de los Estados Unidos, y con ella, una jornada para todo un conjunto de principios y lemas que acompañan a día de hoy el día a día de nuestros conciudadanos. God Bless America, repetiremos. G-O-D-B-L-E-S-S-A-M-E-R-I-C-A.

Andre Hyland es Jamie, un joven del que poco sabemos, solo que está preparando esa fiesta en casa, para esa festividad social, cumpliendo con una suerte de deber comunitario que le hará sentir más incluido, menos excluido. Sin embargo, Hyland (director, guionista y montador, además de intérprete) topará de bruces con la realidad del ADN estadounidense. Un suma y sigue de situaciones cotidianas le complicará llevar a cabo las acciones más nimias, desde realizar una compra hasta relajar su vejiga.

The 4th, de Andre Hyland

The 4th (2016) ataca de bruces al American way of life, desde la apelación en su título a ese día comunitario de orgullo patriótico. En lo que podría leerse como un vacuo ¡Jo, qué noche! (After Hours, Martin Scorsese, 1985) diurno, Hyland expone el egoísmo endémico que se disfraza de independencia y espíritu de superación; critica la falta de sensibilidad y solidaridad y denuncia su ocultación tras la bandera de la libertad y la autosuperación; y destapa un sistema de insensibilidad burocrática que se confunde socialmente con conceptos como ley o justicia. Todo ello desde la aparente nada de un joven que trata de llegar a su casa para montar una fiesta, desde la supuesta superficialidad de la rutina de los pequeños actos, pero entroncando con el neorrealismo italiano de Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, Vittorio De Sica, 1948), de la que hereda la virtud de retratar una sociedad a través de los encuentros de su protagonista con personajes de diferente índole.

The 4th ha sido la sorpresa de este Americana Film Fest, por su frescura, por su compleja sencillez, por su autoconsciencia despistada, por ser un soplo de aire fresco a la cara en un día de calor, y por ser ese amigo que te señala con cariño que la solución a todos tus problemas la tienes en tu mano. El indie americano estará a salvo con filmes como el de Hyland, hechos desde la precariedad económica y la riqueza de ideas y convicciones, desde la necesidad de expresarse en su propio idioma, sin responder a expectativas de festivales o público. Desde, en definitiva, la autoría.

 

2. Who rules the world?

El silbato sostenido y constante de un tren acompaña a Laura en su devenir profesional como abogada en un pequeño pueblo de la América profunda. Un sonido que nos recuerda al western y su etapa crepuscular, aquella en la que la llegada del ferrocarril ponía en peligro la vida tradicional del Viejo Oeste, de indios y vaqueros, de forajidos y alguaciles. Kelly Reichardt, directora y autora ya habitual en el Americana Film Fest, apostó en su Meek’s Cutoff (2010) por ese género propiamente cinematográfico y estadounidense, en una película caracterizada por la mirada femenina, (casi) siempre situada en el off de la acción. Así, manteniéndose fiel al espíritu de la época, en la que a los hombres también les gustábamos cuando callábamos porque estábamos como ausentes, Reichardt no daba voz a Michelle Williams, pero sí ojos, oídos, capacidad de raciocinio…

Su nueva película, Certain Women (2016), no es un western, pero sí tiene algo de crepuscular. Ese silbato de tren (que acompaña como banda sonora sempiterna al primer fragmento de este tríptico de historias hecho película) quizás no anuncie el final del Oeste, pero sí funciona como aviso del final de otra era, la que la lucha feminista puede traer para la vida social gobernada por los hombres. Laura, la abogada interpretada por Laura Dern, se ve reducida profesionalmente por su condición de mujer, pero también se ve reclamada como cuidadora por esa misma razón. Como una bola de pinball, se ve zarandeada y conducida a situaciones y lugares que no ha elegido, y que se le imponen por las directrices de un cliente que la considera a su disposición, no ya como parte del privilegio cliente-abogada sino como (¿casi?) una sirviente. Es una mujer, ¿no es esa su función?

Certain Women, de Kelly Reichardt

Laura es la mujer tratando de hacerse un hueco en una sociedad fundamentalmente machista; Laura es la mujer luchando, no sin cierta abnegación, contra el concepto de superwoman; Laura es la mujer en busca del equilibrio entre unos trabajos heredados, tradicionales, y otros trabajos recién conquistados; Laura es el primer eslabón de una cadena de cambios en una sociedad que ahoga a quien forma parte del grupo de la supremacía.

 

3. Forever Young

Donald Cried (2016) no es un trabajo de Kris Avedisian, es casi una de sus costillas. Director, guionista, actor principal y productor, Avedisian puso todo de sí para sacar adelante una película que podría ser útil para usar en el diván de toda una generación de hombres blancos solteros buscan… La eterna adolescencia, la búsqueda (o (no) aceptación) de la propia identidad, la inadaptación a la vida adulta, a las convenciones sociales… están servidas en un duelo de personajes: el Peter “Donald” Pan de Avedisian y su alter ego, el verdadero Peter, un amigo de su infancia que regresa a su pueblo con motivo de solucionar el papeleo tras la muerte de su abuela.

Donald Cried, de Kris Avedisian

Dos Américas quedan retratadas en ese tour de force entre personajes, una más rural y asilvestrada ejemplificada en Donald, otra más urbanita y racional, representada Peter. Pero ante todo Donald Cried expone la minusvalía emocional de unos hombres que no han asimilado la madurez, uno por vivir incrustado en un espacio-tiempo con apenas cambios, y otro por haber huido del pasado sin haber asimilado los cambios.

Avedisian ha firmado una película cercana al universo Duplass, uno de los nombres básicos del indie norteamericano que, en su faceta de director, guionista y actor ha copado muchos de los títulos en los que se mira Donald Cried. La extraña relación de estos dos personajes bien recuerdan a la de Creep (Patrick Brice, 2014), aunque el destape emocional que, con calma, se va sucediendo en el film de Avedisian, nos recuerde más a la cómica Humpday (2009) de Lynn Shelton.

 

4. This is how the world ends…

La productividad como motor. El éxito profesional como sino personal. La asimilación de elementos externos como principios básicos, propios. Christine (2016) puede leerse desde la morbosidad de la historia de una periodista que decidió suicidarse en directo en su programa, pero también desde el desequilibrio, la presión y la exigencia que genera en un cuerpo, en una mente, el sistema de meritocracia, de productividad profesional, de redes sociales según las cuales la valía y calidad de las personas es medible, cuantificable, en (por ejemplo) el éxito de sus piezas en el noticiero, o en los seguidores que tiene en Twitter.

Antonio Campos es experto en sumergirnos en estados poco comunes de la psique; su interés por adentrarse en la subjetividad de personajes que llevan a cabo acciones extremas responde más al interés por analizar sin juicios las motivaciones personales, que por denunciar las fatales consecuencias sociales de lo sucedido. En Christine incluso se permite tomar un tono ligero en su primera mitad, en la que adentra al espectador en el funcionamiento de una redacción de TV, con su dinamismo, sus debates incisivos, sus principios por el trabajo bien hecho, educativo, informativo… Y todo parece que girará alrededor de ese conflicto del huevo y la gallina: ¿la gente ve lo que se le da, o le damos lo que quiere ver?

Christine, de Antonio Campos

Sin embargo, insidioso como pocos, Campos va encerrando su película en la mente de Christine, en su conflicto profesional que acaba siendo personal. Constriñendo los planos, cada vez vemos menos el contexto para focalizarnos en el estado de su protagonista, una persona que lucha contra la sociedad, contra aquello en lo que la estamos convirtiendo. Christine desciende a los infiernos de la psique porque se ve a sí misma yendo en contra de un Goliat imposible de derribar, lanzando piedras sin siquiera acertar a dar a su contrincante. Y ahí es cuando el pragmatismo hace mella en ella: “si no puedes con tu enemigo, únete a él”.

Christine es, muy en el fondo, el retrato de los vencidos, de todos aquellos que se revolvieron ante lo que no veían bien y que sucumbieron o murieron en su intento por contribuir positivamente a la sociedad. La masa les aplastó, les silenció o, directamente, les diagnosticaron un trastorno de personalidad para hacerles sentir enfermos, diferentes. Christine es el retrato de la América que pudo ser y nunca fue.

 

© Mónica Jordan, marzo de 2017