L’âge atomique

Yo, un rostro

 

La familia Klotz parece empeñada en redefinir el sentido contemporáneo del rostro. Ni Straub, ni Godard, ni Garrel; no se trata de un ejercicio de resistencia, tampoco de otorgarle una voz, ni siquiera de hacer que los sentimientos que cortocircuitan una vida se revelen e inscriban en él. Solamente de hacerlo aparecer, de hacer notar una presencia que ya no esté obligada a nada. Porque el rostro, desde hace demasiado tiempo, es una superficie extraña a la que no podemos mirar sin sentir vergüenza y una imagen de por medio: ¿Quién no viaja a diario en bus o en metro y solo puede fijarse en el que tiene enfrente apoyándose en el reflejo de la ventanilla? En momentos así recordamos la fuerza de la expresión de Miguel Poveda produciendo emoción en La cuestión humana (La question humaine, Nicolas Klotz, 2007). Si la distribución lo permite,  Low Life (Nicolas Klotz, 2011) llegará para revelar algunas claves de cómo hacer para mirarlos con calidad, procurando entender aquello que esconde cualquiera de esas expresiones que nos resultan indescifrables. En Atomic age (L´âge atomique, 2012), el primer largometraje de Héléna Klotz, los rostros de sus dos protagonistas aparecen, literalmente, iluminados en la oscuridad de la noche parisina por frías  texturas de neón creadas por Hélène Louvart. Texturas que nos recuerdan a las que ya había utilizado en algunos trabajos de Claire Denis o incluso a las que adornan la fotografía de Low life en alguno de sus momentos.

Rayner y Victor son adolescentes y les acompañamos en su llegada a París. Pretenden pasar una noche de fiesta. Viajan en tren y hablan de The Stone Roses, de la horrible  “cara de mono” de su cantante.  La conversación es trivial pero marca claramente el tema que se desarrollará a lo largo de los apenas 70 minutos de metraje. Enseguida entramos a una discoteca. La música electrónica suena pero no es una rave; allí son todos adolescentes, todavía no tienen conciencia de un pasado del que deben liberarse. Bailan, buscan chicas y son rechazados de la misma manera que todos los que tenemos un aspecto físico estándar. Para Victor comienzan los problemas, el trauma: se ha enamorado y le va la vida en ello. Siente esa sensación tan masculina de ser el mejor amante, el más compresivo, el más cariñoso, el que mejor puede tratar a la mujer que desea. Alguien tendría que decirle que el problema no es exclusivo de su edad. ¿Cómo exteriorizar todo el amor que llevamos dentro? ¿Cómo enseñar todo eso que sentimos si ni siquiera nos dan una oportunidad? Su cuerpo se ahoga en la opacidad visual que gobierna el espacio, pero su rostro siempre emerge de ella, como si se tratara de un náufrago que busca el aire necesario para sobrevivir manteniendo la cabeza fuera de las aguas que tratan de engullirle.  Rayner le calma, pero Victor no puede: está ardiendo.

Ante el fracaso, los amigos abandonan la discoteca y comienzan su particular educación sentimental en el vagabundeo nocturno por las calles de Paris. Un viaje iniciático, de la experiencia, en el que conocerán el dolor físico cuando se topan con unos matones que pretenden robarles y en el que, también, verán puesta a prueba su amistad cuando se cruzan, en una estación, con una misteriosa chica que les hará elegir entre el placer físico o su relación. En ese momento tiene lugar una de las escenas más hermosas del filme porque percibimos vivamente el deseo que empuja a Héléna a filmar los rostros de sus actores. Cecilia, esa chica que ha aparecido de la nada, le pide a Victor un cigarro. Solo le queda uno y lo comparten. La cámara se detiene en sus rostros mientras se lo van pasando en el silencio sepulcral de la noche. Lo terminan y la chica le pide a Victor que la acompañe. Rayner se ha quedado dormido. Ella se aleja mientras escuchamos el eco sordo de sus tacones. Victor despierta a su amigo. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacer?

El cine de Héléna Klotz está por hacer. Todavía no puede manejar una dimensión poética, política y filosófica como la del cine de sus padres (a los que, por cierto,  había filmado en el mediometraje Les amants cinéma (2008), incluido en el DVD de La cuestión humana editado por Intermedio.) Pero su Atomic age es un esbozo donde se perciben las mismas premisas, intenciones y potencialidades: salve quien pueda a los cuerpos. Y se puede afirmar que sale airosa de la tentativa, manteniendo a flote los rostros que toma como motivo en cada una de las oscuridades por las que van atravesando. No debemos olvidar que esa superficie es la única parte del cuerpo que siempre está desnuda y, por lo tanto, expuesta. Y no hay mejor lugar para la política que la exposición: así es como se hacen presentes los lugares para la comunidad que viene, para la única ciudad posible.